jueves, 30 de septiembre de 2010

El espíritu del bosque

 Voy a poner el primer relato. La verdad es que lo escribí para el juego de un foro, y ahora lo subo aquí. Espero que os guste:


Sumergirse entre las sombras de un bosque puede llevar más de lo esperado. Tal vez porque es tan profundo como un sentimiento; tan grande como una pasión… Tan irreal como un sueño. Sí… El bosque es extraño. Asombroso. Complejo.
Uno no puede desentrañar su secreto así, sin más. Debe descubrirlo poco a poco; quedar interno entre las hojas. Dejarse llevar por el aroma de la  hierba… Por el sonido del agua galopar. Escuchar el clamor de los pajarillos… Y con eso, de lo único de lo que será capaz es de asimilar que vive entre las ramas de una condena.
Porque, bien pensado, descubrir ese secreto conlleva cierta responsabilidad. ¿O no? ¿Dejarías que se desperdiciara? Aquellos que lo conocemos debemos protegerlo, evitar que caiga en manos que no sabrían apreciarlo.
De pequeña pasaba todas las tardes bajo la sombra de un bonito roble. Saboreaba el aroma de los arbolillos; el gusto del agua del riachuelo.
Tal vez me embelesara demasiado con el tintineo de las golondrinas al decirme que era hora de regresar… Nunca quería marcharme de mi paraíso. Del Edén.
Pero siempre, la línea del horizonte limitaba mi línea de sombra, a la que tenía que volver cuando el sol se escondía y la luna asomaba la nariz.
Y al volver a casa, me sentaba frente al piano y tocaba tristes notas que me salían desde lo más profundo del corazón. Porque estaba triste. Porque el bosque lo era todo para mí.
Había sido mi amparo. Mi consuelo. Tal vez el pañuelito en el que sequé mis lágrimas.
¿Por qué? Pues, si tienes un momento, te lo explicaré.
Todo comenzó una fría mañana de noviembre. El viento silbaba con fuerza, y mecía con su canto a las hojas secas y desprendidas de los árboles adormilados. Se acercaba el invierno. Y todo eran hielo y brumas.
Salí corriendo del colegio. No quería toparme con aquél descortés niño que me había estirado del pelo… Magullado las rodillas y retorcido el brazo.
Yo lloraba hasta más no poder. Me sentía desamparada. Desprotegida.
No podía volver a casa por el mismo camino. Esteban me seguiría, estaba segura. Me haría el trayecto imposible… Sólo había una forma de escapar a sus malos tratos.
Cogería el camino del bosque. Era un poco más largo, y no lo había seguido nunca. La gente decía que estaba embrujado. Que, una vez, a un joven se le apareció la silueta de una mujer y, a la siguiente visita, desapareció.
Pero no me daba miedo; al contrario: sentía fascinación. Así que me adentré. Crucé la línea que separaba mi vida de una irrealidad.
Al principio, tal vez tuve miedo. Me abrazaba a mis propios brazos, e intentaba que el cabello pelirrojo me tapase la cara para darme calor. Después, me solté de mis propias extremidades para agarrar la bandolera negra que colgaba de mi hombro derecho. Sabía que sólo bastaba con seguir en camino de piedra. Así que, me limité a hacerlo como una buena niña.
Llegué a un puente. Me asomé, y olí el buen aroma del agua fresca. Pura. Recuerdo que inspiré hondo, y que luego miré hacia mi derecha. Mis manos seguían apoyadas en la barandilla de madera del puente, pero no dudé en echar un vistazo a lo que tenía a mi lado.
Era una silueta. Una sombra de cabellos alborotados que volaba hacia mí. Me asusté, no lo niego; en cambio, no retrocedí. Mantuve la vista fija en la mujer.
-¿Quién eres?- Me atreví a preguntar, y la mujer contestó:
-Soy el río que corre bajo tus pies. La madera que pisas. Los árboles con los que sueñas mientras los miras desde tu ventana. Soy tú. Soy el aire que respiras, las flores que olfateas…
-No comprendo.
-¿No comprendes? Sólo yo puedo dar la vida, y luego robarla. Sin mí, nada seguiría existiendo. Soy la naturaleza en sí, pequeña Petra. Yo soy la vida.
-Eres… ¿Un fantasma?
-Soy el fantasma de la historia, la guardiana del presente. Proveedora del futuro. Pero hay gente que no lo comprende. En verdad, pocos lo hacen, y por eso reservo un hueco para ellos, aquí, donde los humanos tenéis el corazón. Yo soy la casa de todos aquellos que piensan que soy realmente yo. Si no lo saben, sus almas están condenadas.
Y ya no habló. Me quedé expectante, a la deriva en un océano de sensaciones y emociones a los que no podía dar descanso.
Suspiré, y bajé del puente.
Allí, el agua galopaba, indomable, entre su cauce. Me acerqué al lecho del río, y me senté. Ya no me importaba nada. Había encontrado consuelo. Amparo.
Había encontrado al espíritu del bosque. A la naturaleza.
Y así, los días siguieron transcurriendo.
Aún hoy sigo sentada bajo el puente, recostada entre las rocas y los junquillos, mientras sostengo un libro entre las manos. Es mi sitio privado. Un área en la que sólo puedo entrar yo, porque soy la única que conoce el secreto.
Y, de pronto, oigo pasos. Me asusto. ¿Se habrá atrevido a entrar alguien al bosque? Ni siquiera mis padres saben lo que hago por las tardes. Jamás me dejarían volver a salir sola si descubriesen que vengo aquí.
Por eso me sorprendo bastante al comprobar que la personilla viste mi mismo uniforme. Agacha la cabeza, y lo retrocedo.
-Hola.-Saluda él. ¿Qué diantres está haciendo ÉL aquí? No debería haber entrado. El bosque ya no es seguro para mí. Nadie se atrevería jamás a realizar tal proeza, entonces… ¿Por qué lo ha hecho?
-¿Qué haces aquí, Esteban?-Le digo yo, desdeñosa.
-He venido a verte.
-¿A… verme? Significa eso que…
-…Que, desde preescolar, sé que vienes a este sitio. Y no alcanzo a comprender por qué.
-Vengo en busca de refugio. De soledad.-Susurro, pero él no se da por aludido, baja del puente, y se sienta a mi lado.
-Fue por mi culpa. Por eso la chica más guapa de la clase es una completa antisocial, ¿no?
-Qué más te da.
Pero él se pone serio, y me mira con sus ojos marrones como si fuese la primera vez. Ahora me asusto de veras, y quedo algo intimidada.
-Petra, yo… Quisiera saber por qué te refugias aquí. Las chicas de nuestra edad suelen ir con sus amigas, contarse cosas… Pero tú, tú… Eres diferente. Y quisiera saber tu secreto.
-No lo entenderías.
-Puedo intentarlo.
-Será inútil.
-Nada es inútil cuando el esfuerzo no es en vano, sino por una buena causa.
Así que callo, y pienso en aquél chiquillo que me estiraba de las coletas. Reconozco que ha cambiado. Que ahora es un muchacho de quince años bien parecido, que nunca se ha vuelto a meter conmigo, y que ahora me mira con desesperación. ¿Seré capaz? ¿Capaz de enseñar a amar a mi enemigo?
-Tal vez te ayude.-Respondo.-Pero tienes que prometerme que nunca dejarás de luchar por su causa.-Y me callo, para no volver a hablar. Sopla el viento, atardece. Y los dos nos quedamos contemplando el crepúsculo. El crepúsculo del día, del cielo; de su vida. Y su nuevo amanecer.

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