lunes, 19 de mayo de 2014

Un café y una sonrisa

Tomemos un café y hagamos de nuestras bocas nuevas sonrisas, porque para algo estamos aquí, sentadas en la barra, la una frente a la otra.
Somos amigas desde que alcanza nuestra memoria. Al principio jugábamos a ser mayores; ahora, pretendemos creer que seguimos siendo niñas. Pero la infancia pasó, ya se esfumó, y con ellas las expectativas tan enormes del primer beso y la primera cita.
Hemos llorado juntas, hemos reído, y ahora, aquí, tomamos café y sonreímos recordando viejos tiempos: tiempos alejados de nuestras vidas de ahora, pero siempre presentes en ese espacio de la memoria destinado a lo entrañable. 
¿Recuerdas cuando te gustaba aquel chico? Dice ella sorbiendo lentamente la película de espuma. ¿Siempre tienes que hablar de lo mismo? Respondo yo mientras me ruborizo, escondida tras la taza. Y sí, siempre tiene que hablar de lo mismo, y no le reprocho nada. Porque ella fue la que se pasó horas al teléfono cuando aquel chico cortó conmigo, la que siempre me insistió en que no era buen tipo. A la que le contaba cada amor platónico y prohibido, cada niño que me sonreía, o quién era él, por el que sería capaz de dejar a un lado todos esos pensamientos de adolescente enamoradiza y lo daría todo.
Madurar, crecer juntas, conocernos, es lo más bonito de mi vida. Saber que la tengo a ella, aunque no estemos juntas siempre. Aunque todo lo que tengamos ahora no sea más que esto: tardes de cafés y unas cuantas sonrisas.