miércoles, 4 de abril de 2012

La Nana de Ángela

"Tal vez sea hora de contar lo que verdaderamente sucedió."
La llama de la vela tintinea al lado del sombrío rostro de una muchacha de cabellos oscuros.
"Sé que ésta no es la forma más propicia de empezar una biografía, pero intuyo que debo contarla de este modo… No porque pretenda que creáis lo que me dispongo a relatar, sino por mi propio bien… y por el del secreto que pretendo confiaros."


La muchacha alza su rostro pálido y mortecino, acaricia con la mirada las letras escritas en el papel que tiene frente a ella, y recoge su pluma del estudio para volver a escribir.
"Primero, me gustaría decir que me llamo Ángela, y cuando me ocurrió esta increíble y trágica historia tenía poco más de dieciséis años… 
También me gustaría añadir que nunca abracé a mis padres. No tuve oportunidad."
La llama de la vela se apaga de improviso. Ángela se queda a oscuras el tiempo que tarda en coger las cerillas de la mesa y volver a encender la mecha para tener lumbre.
"Vivía con personas ajenas a mí; seres que se hacían llamar mi familia… mi padre y mi madre… pero no lo eran. Nunca lo fueron, y nunca lo serán. Gracias a esto aprendí que la vida es dura, y por consiguiente, me encerré tanto en mí misma que ya no sé ni cómo salir de mi propia cárcel de rencor. 
Estos seres que se hacían llamar mi padre y mi madre me criaron desde los nueve años en una gran mansión, en medio de un pueblecito cántabro llamado Comillas. Lo tenía todo: dinero, joyas, cócteles por las noches y partidas de tenis por el día. Pero no fui feliz… jamás.
¿Por qué, si lo tenía todo? Porque me faltaba el amor y el cariño de las personas que, supuestamente, me querían. Nunca obtuve una muestra de afecto por parte de mis nuevos padres, ni por los consanguíneos… pues murieron días después de que mi madre me diese a luz. Después de aquello me pasé mis nueve primeros años de vida de orfanato en orfanato, hasta que, un buen –o maldito– día, me dijeron que una familia adinerada y pudiente quería adoptar a una niñita de más o menos mi edad. Los trámites empezaron y acabaron en poco tiempo, y en un abrir y cerrar de ojos, la familia pudiente compró el Palacio del Marqués de Sobrellano y me trasladaron, junto con ellos, a vivir a aquella lujosa finca."
Ángela abre sus ojos grises y hermosos, y contempla la llama de la vela. Fuera, tras la ventana, un cuervo grazna, ufano, mientras se mofa de la imagen que presenta la muchacha escribiendo en su alcoba. Ésta no se inmuta; baja la mirada y sigue escribiendo.
<<La primera impresión constituyó para mí un sueño hecho realidad. Entré en aquel palacio de grandes losas de piedra e imponentes muros sólidos y grises, y no pude hacer otra cosa que llorar. “Tengo una familia”, me dije. “Una familia y una fortuna”, seguí pensando.
No puedo creer que en aquel momento fuese tan ingenua. 
A los nueve años esperas de la vida juguetes, diversión, amigos, y la aprobación de tus padres cuando dibujas una nueva obra de arte con tus lápices de colores.
Yo no tuve nada de eso. Es cierto que aquellas personas me presentaron a los niños de las mejores familias de la zona, y al principio todo iba bien: jugaba con ellos al escondite en el bosque del recinto de mi familia, cazábamos mariposas juntos e incluso llegábamos a pasar la noche saltando de cama en cama cuando nuestros “padres” estaban reunidos en el salón bebiendo Whisky y fumando cigarrillos finos. 
Pero pronto, las cosas empezaron a cambiar. No notaba el afecto que anteriormente había recibido… se esfumó como se esfuma el color de las hojas de los árboles en cuanto ven que el otoño se acerca.
Pasaron los años, y los niños maduraron. Ya no venían en compañía de sus padres, por lo tanto, yo estaba sola. 
Me hice huraña, reservada… antipática, hosca y estirada. No tenía amigos. No tenía familia. No tenía… a nadie. 
Pero un día, cuando cumplí los quince años, creí que una pizca de cariño había brotado del corazón de mis benefactores, que quisieron hacerme el obsequio de un pequeño colgante de forma ovalada. Tal dicha me embargó en aquel momento, que me lo puse a toda prisa y nunca me lo quité.
Aunque esto fue un error, después de todo. Ese colgante me ha llevado a la perdición. ¿Cómo?
Sólo sé que del pequeño colgante, un día brotó una melodía embelesadora… casi tan relajante como una nana. Así descubrí que no se trataba sólo de un mero colgante, sino de un pequeño carillón con una música que, por aquel entonces, denominaba yo como “la nana del otro mundo”. >>
Un grito ensordecedor desgarra el silencio en el que se sumerge la noche. 
-Ya empieza. Ya vuelve. Son ellos.
"Fue un error creer que me haría soñar."
Esas son sus últimas líneas. Ángela coge los papeles y los acerca a la vela. Cuando las llamas empiezan a lamerlos, los lanza a la cama y contempla cómo la habitación empieza a arder. 
Acto seguido, abandona el lugar.
Un segundo grito la deja sin aliento.
-Son ellos. Ya no están. Ahora sólo quedo yo. ¡Venid, espíritus, y conducidme hacia mi cruel y trágico destino!
Su suerte está echada. Hoy volverá al lugar al que pertenece. 
Con la mirada perdida, camina por el corredor dejando atrás el fuego, que cada vez se hace más y más fiero; más poderoso; más letal.
El mal acecha entre las sombras de la mansión. La llama. Desprende su propio candor y la adormecen, dejándola preparada y lista para ir al lugar que se le ha otorgado.
Baja la gran escalinata de piedra. Se recoge el camisón blanco con la mano. Va descalza. 
Su cabello negro y liso permanece quieto, sobre sus hombros. Su boca no esboza ni un ligero amago de sonrisa. Sus ojos… sus ojos delatan de qué está hecha su alma: de negrura. Está compuesta por los pérfidos retazos de un destino severo y cruel, el cual la obliga a despojarse de su cuerpo mortal y asimilar, de una vez por todas, que el mundo sólo puede ser mejor si los seres como ella son desterrados de él.
Llega a la planta principal, y se arranca el carillón del cuello. Lo mira un instante, y después, lo deja caer al suelo. 
Debe destruirlo. Nadie más puede saber de él. Jamás deben encontrarlo. El que intoxique su alma con esas notas diabólicas no tiene salvación. Debe volver al Infierno.
Es la esencia del mal. La canción de la perfidia. 
También es una nana, que conduce al espíritu a las entrañas del Averno y lo adormece en un siniestro abrazo traicionero. 
Las llamas empiezan a bajar por las escaleras. Ya no hay vuelta atrás. 
Ángela se da la vuelta, y ahí, durante unos breves segundos, es cuando su mirada se vuelve humana y una lágrima se escapa de ella. Pero al instante se torna pétrea de nuevo; insondable.
Deja la joya de su vida tirada en las frías losas del único hogar que ha conocido… hasta ahora. Porque, aunque lo lamente, sabe que esa nana le ha dado un lugar en el mundo. Un lugar de sufrimiento, de amargura, de desconsuelo. Pero un lugar, al fin y al cabo.
Las llamas llegan al primer piso, donde ella se encuentra. Ya no hay salvación. 
De pronto, el carillón se abre y empieza a sonar la música del Infierno. Ángela ve cómo una multitud de sombras se aglomeran a su alrededor.
Quieren llevársela. Es la última que queda con vida que haya oído la nana del mal. 
Las notas resuenan entre las paredes malditas de un lugar que se ha alimentado del pecado más mortal.
El fuego llega hasta la muchacha, y empieza a lamer su carne blanca. 
Ella grita.
Su cabello arde. El fuego se consume entre sus dedos, y le araña hasta que su sangre queda al descubierto. 
Cae arrodillada, presa del dolor. De sus ojos sólo quedan unas cuencas vacías. Comienzan a entreverse los huesos entre la carne quemada. 
Ángela ya no está. Su alma mancillada… su alma de diablo… ya ha sido devuelta al lugar al que pertenece. Y así, de la última bruja, de la última diablesa que pobló la Tierra… de la última dama del mal, sólo quedan sus huesos calcinados entre un mar de brasas, del que se esperó que borrara toda huella y rastro de maldad.
Pero el mal no se erradica tan fácilmente. ¿O acaso una simple muchacha pensó que lo lograría, si no se ha logrado ya en tantos milenios? El mal, al igual que el bien, es algo que vive con nosotros, y seguirá existiendo hasta el fin de los tiempos, pues no hay luz sin oscuridad, no hay vida sin muerte, y no hay amor sin odio. 
El carillón fue destrozado, pero no su esencia. Y en algún lugar del mundo, en otra era, otra persona escuchará de nuevo la nana… esa que durmió los sentidos de cuantos la escucharon, esa que es odiada y temida por todos…
…esa que nos seduce. Esa que nos induce a vender nuestra alma.
Esa que, aunque nos pese, es la encargada de que el mundo siga en pie, aunque lo destruya, pues crea un equilibrio y le permite existir al bien.