sábado, 23 de abril de 2011

Capítulo 3

Sigo con LA LEYENDA DEL BARCO ERRATE ^^


CAPÍTULO 3
El dueño de las olas
Oh… La cubierta. La hermosa cubierta del San Telmo. En aquel momento sólo era el fantasma de lo que fue en sus días de gloria. Allí se había votado el buque en el año 1788, y es donde se proclamó alférez… Es normal que sintiese tanto agrado hacia ella. No quiero aburrirte contando batallitas de abuelo, pero sí que me agradaría inmensamente el resumir la historia del navío que, pronto, se convertirá en parte de tu mente… En el 1819, las posesiones españolas en Perú estaban sufriendo por causa de las ideas independentistas que tenían los ciudadanos. En la metrópoli reinaba el caos y, para colmo, nuestra querida armada estaba casi deshecha por culpa de la Batalla de Cabo Trafalgar, que se dio en el 1805. De la provincia que poseíamos a costas del Pacífico, en América del Sur, nos llegaron insistentes peticiones para que fuésemos a reforzar las fuerzas navales que habían zarpado rumbo al Apostadero del Callao haría cosa de un año. A la expedición se le asignaron los barcos que en mejores condiciones estaban, es decir, La División Naval del Sur, compuesta por dos navíos, una fragata de guerra y una mercante.
¿Te has situado? Eso espero… Porque, a partir de aquí, es donde comienza la verdadera historia… lo anterior era una mera presentación de los hechos, y… Mejor será que comience a relatar desde donde me había quedado.
Como iba diciendo, tras la sucesión de  miradas asesinas que aquella chiquilla me había lanzado, comprendí que lo que necesitaba era un momento al aire libre, así que subí a cubierta.
El tiempo era pesado… Ya sabes, aquel día era uno de ésos en los que la humedad se te cala en el cuerpo, y te obliga a hiperventilar para conseguir que tus pulmones se llenen de oxígeno.
Me apoyé sobre el casco del barco y dejé que el viento me despeinara. Después, tras unos escasos segundos de tranquilidad, mi amigo Nicolás se colocó en la misma posición que yo, a mi derecha.
-Demasiadas brumas…
-Lo sé, Vic.
-¿Podrás salir de puerto con esta neblina?
-Dalo por hecho.
-Vaya, me alegro de que estés tan optimista esta mañana…
-Todas las mañanas me levanto optimista, Víctor; es el tiempo el que deteriora mi estado de ánimo…
-El tiempo, la cerveza, los cacharros que tenemos por buques…
-Vale, dejémoslo.
-¿Por qué? ¿A caso no es verdad? –Cuestioné yo, con una sonrisa socarrona en los labios.
-Sabes que sí, ¿por qué sigues preguntándolo?
-Para ver lo que contestas…
-Vaya, eso es nuevo.
-Ya ves. Ni siquiera el preocuparme por el estado de los barcos hace que no sufra de aburrimiento…
-Tienes que inventar nuevas respuestas, Vic. Te repites…
-¿Y tú no? Vamos, Nicolás… “¡Oh! Menudo bombón…” Eso lo dices de todas las muchachas…
-No de todas, sólo de las que tengo la ocasión de contemplar.
-Eres un depravado.
-Y tú un niñato que aun no sabe lo que es la vida. Me voy, Porlier me espera en el puente. No tardes.
-Tardaré lo que tarde, y no más que eso… -Contesté yo en tono burlón, pero Nicolás, si lo escuchó, al menos no dio señales de haberlo oído.
-Por fin a solas…-Me dije en cuanto subió al castillo de popa para ponerse al mando del timón.
El salitre comenzó a pegarse en mi pálida piel. El mar, teñido de gris, ofrecía un paisaje imponente, tétrico… Poco amistoso. No era un día adecuado para salir a mar abierto, sin embargo, se había de hacer.
Porlier no tardaría en dar la orden de que arriaran las velas, y yo tendría que ir a ocupar mi puesto, junto al capitán y al teniente. Me hacía sentir especial; como si todos esos años dejándome la piel en el barco hubiesen merecido la pena. Recuerdo que solía mirar a mi padre cuando salía a mar abierto; estaba ahí, donde estaría yo en tres minutos a lo sumo. Me dirigía guiños y sonrisas, y un: “Volveremos a vernos, Víctor.”
La última vez que lo vi desaparecer tras las brumas fue también la última que oí su voz y, mal que me pese, tengo desde ese día la extraña sensación de que algo falló en el destino, porque mi padre no era un mentiroso. No. Sus promesas siempre se cumplían. Tenía que cumplirse. Teníamos que volver a vernos…
Cuando la noticia llegó a mi casa sentí cómo el estómago se me revolvía. Nunca volvía ser el mismo. Muy en el fondo, aun tengo la extraña sensación de que no fue un tiburón lo que acabó con la vida de mi padre. Esa hipótesis resulta muy difícil de creer.
No. Falló algo. Algo… que aún no hemos conseguido ver ninguno de nosotros.
-¡Grey! ¡Al puente!
La sonora voz del capitán Don Rosendo Porlier llegó clara a mis oídos, y en un abrir y cerrar de ojos, subí los peldaños que nos separaban.
Allí estaba él. El brigadier de la Armada Española. Un hombre alto, de rostro triangular; en punta. Espesa barba blanca, ojos penetrantes, y nariz larguirucha. A decir verdad, él mismo era larguirucho.
No vio cómo me acercaba. Se estaba despidiendo de Francisco Espelius, capitán de fragata. No acerté a escuchar toda la conversación, pero sí que pude oír el final: unas crudas palabras que me helaron la sangre:
-Adiós, Francisquito.-Dijo el capitán mientras Espelius bajaba del buque. –Probablemente hasta la eternidad.
Francisco Espelius saludó con gesto firme y enérgico, y Porlier sonrió amargamente.
Se recompuso enseguida, y comenzó a comportarse de nuevo como el capitán que era.
-¿Cuántos hombres vamos a bordo, teniente Gutiérrez?
-Seiscientos cuarenta y cuatro, más el botánico y su hija.
-Alférez Grey. ¿Todo el mundo está en su puesto?
-Sí, mi capitán. –Contesté yo.
-Bien. –Susurró Porlier. –Dé la orden.
Cogí aire y, con un grito tajante y poderoso, ordené:
-¡ZARPAMOS!
Si pudiese llevarme una única cosa de aquel día, sería, sin duda, el momento en el que se desplegaron las velas y se puso rumbo al noroeste. Cuánto revuelo en cubierta.
Cuánto griterío.
Levaron anclas y quitaron los amarres del puerto. El viento era favorable. La suave brisa marina comenzó a inundar mis pulmones.  Mis ojos claros se perdieron en el horizonte; allí, donde hacía más de cuatro siglos decían que se podían encontrar dragones. Sólo sentía una cosa: la música de las olas. La melodía de la mar. Mi única amante. Mi única compañera. Mi cárcel y prisión.
Amaba el mar tanto como a mi propia vida. Por eso, no pude evitar sonreír cuando perdimos de vista la costa de Cádiz.
-Soy el dueño de las olas. –Susurré yo, convencido. Eran momentos como aquél los que sacaban lo mejor de mí. Eran los que me hacían olvidar los problemas; los temores. Eran los que me hacían ser yo mismo; sin miedos.
Sí… En aquel ínfimo instante fui el dueño de las olas.
En aquel insignificante momento… Por fin me sentí en paz.

lunes, 18 de abril de 2011

La historia

Termino de colgar Campos de Mayo ^^


CAPÍTULO 1
Los amantes ya no se encuentran en el roble viejo
Otro día empieza. El gallo acaba de cantar, y el sol comienza a hacer su aparición entre las montañas cubiertas de nieve. Yo me desperezo, aún dentro de la cama. Abro un poco los ojos, y noto como los primeros rayos de luz entran tímidamente en mi habitación, haciendo que los muebles de madera resplandezcan cual oro. Suelto el aire que tengo en los pulmones, y me froto los ojos.
Hace un día precioso… Las nubes blancas flotan en un cielo que parece hecho de polvo de tiza azul, y los pajarillos pían delicadamente, y deleitan mis oídos con la suave melodía mañanera.
Ahora sí, salgo de la cama y me dirijo al armario. Lo abro, y a quien primero que veo es a mi inconfundible yo. Tengo el pelo en una melena francesa, que me llega a los hombros. Su color es de un dorado anaranjado. Mi flequillo apunta a todas partes, excepto a donde tiene que ir, naturalmente. Eso se debe a que estoy aún dormida. A ver… Menos mal que hoy ya no tengo los ojos hinchados. Llevo llorando durante dos días, y en vez del color avellana que suelen tener, más bien parecían cebollas.
Es un alivio volver a ser la de siempre. Con mi tripita… Mis mofletes regordetes y angulosos, y mis labios carnosos. ¿Para qué maquillarme? ¡Así estoy perfecta!
Cuando bajo a la ciudad me doy cuenta de lo mucho que se empeñan las chicas de mi edad en pintarse los morros, ponerse colorete hasta que no tienen un hueco libre de su piel, y marcarse con una gruesa ralla negra el contorno de los ojos.
Pero… Yo me miro en el espejo, y no creo necesitar nada de eso. Estoy perfecta como estoy, ¿o no?

Meto la mano en el armario, y saco un vestidito verde manzana, con un poco de vuelo en la falda.
Sonrío, y me lo pongo. Me calzo mis manoletinas beige, y salgo a saltitos de mi habitación, no sin antes poner en orden la melena de león que se me queda después de dormir.

Mi habitación está en el segundo piso de una cabaña completamente hecha de madera de roble. Está un poquito alejada del pueblo… Mejor dicho, es la casa que está en el pico de la montaña, que no es un pico, precisamente, sino un gran plano de hierba verde que culmina con nuestra gran cabaña de madera.

Lo que iba diciendo: estoy en el segundo piso, y dispuesta a bajar las escaleras de la casa. Si quieres, te haré una breve descripción de cómo está distribuido mi hogar.
Desde el piso de abajo se puede ver el corredor de arriba, con cuatro puertas: una para mis padres, otra para mi hermana pequeña, que acaba de nacer, otra para mí, y la última es el cuarto de baño.

Pero a mí me gusta más el primer piso. Parece un refugio de montaña. Con sillones de cuero marrón rodeando una chimenea encendida… Una piel de oso a modo de alfombra…
La cocina está a la derecha, y unida al salón. Parece la típica casita de muñecas, con la cocinita de la bruja. El caldero, el gran horno negro…
Y, lo último que me queda, la biblioteca. Es una habitación grande y apartada. Murallas de libros impiden ver el color de las paredes. En las esquinas tenemos unos sillones, bajo lámparas de luz amarillenta, para dar calidez al ambiente.
Y, en medio, un escritorio oscuro, con cajones que es imposible abrir, a menos que tengas la llave.

Pero voy a centrarme en hoy. Bajo a la cocina, donde mi madre prepara tortitas en los fogones.
-Buenos días.-Saludo, y mi madre me devuelve una sonrisa dulce y serena.
-Hola, cariño. ¿Qué tal has dormido?
-Bien.-Recapacito.-Al menos, mejor de lo que esperaba.
-Me alegro. Ha llegado una carta para ti, de la ciudad.
Intrigada, voy hacia la mesa, y cojo el sobre.
Es de la familia de Enrique.
Lo abro con cuidado, y saco la carta.
Me quedo de piedra cuando la leo:

2 Mayo 2010
Elisa Grau

Querida Adriana Montenegro:
Te escribo para hacerte saber por qué no hemos ido este año a “Roca  del Valle” este año. Verás, sé la promesa que os hicisteis mi hijo y tú, por eso creo que es mejor decírtelo cuanto antes.
Cielo, Enrique ha desaparecido. Dicen que  unos amigos lo vieron doblar la esquina para regresar a casa, pero ahí le perdieron la pista. No regresó.
Creemos le he han secuestrado por un negocio que su padre acaba de firmar. La policía está haciendo todo lo posible para facilitarnos información sobre el estado de nuestro pequeño, pero, por favor, si sabes algo acerca de él que quieras contarnos, escríbenos cuanto antes, Adriana.
No sé si lo sabrás, pero… ¿Crees que mi hijo estaba inscrito en alguna red social? Ya sé que no te enteras de estas cosas, pero cualquier dato es fundamental para dar con él.
Por favor, Adra, intenta recordar.
Besitos, Elisa (mamá de Enrique).

Supongo que tendré la cara pálida, y no es para menos. ¿Cómo que Enrique ha desaparecido? ¿Así que no me plantó?
-Adriana… ¿Ocurre algo?
Debo de ser como un libro abierto, porque mi madre se ha dado cuenta de que estoy pálida como la leche.
-Mamá, Enrique ha desaparecido a veinte metros de su casa.
Ella se tapa la boca con la mano, haciendo como si está consternada, pero aquí la consternada soy yo. ¿Cómo te sentirías si tu amigo no hubiese ido a tu cita, y tras tres días recibes esta carta?
No sé cómo actuar. Estoy petrificada, inmóvil… No tengo ni idea de lo que tengo que hacer.
Me siento en una de las sillas, y mi madre me pone enfrente un plato humeante, con tortitas y sirope.
Se sienta a mi lado, y lee la carta. Acto seguido, se dirige a mí:
-¿Qué es eso de las redes sociales?
-Se supone que son lugares en la red que te permiten conocer gente y hablar con tus amigos.-Susurro, aunque yo tampoco sepa cómo se utilizan esas páginas.
-¿Sabes si Quique estaba metido en un sitio de esos, Adriana?
-Sí… Bueno, algo me comentó. Incluso me dio su dirección el año pasado, pero… Como yo no estoy apuntada a nada de eso, no pude comunicarme con él.
Mi madre asiente, y calla. Sus labios rozan una taza humeante con chocolate caliente.
-Por eso no me gustan nada esos sitios.-Comenta mi madre.
-Ni siquiera sabías lo que eran.
-Pero oigo hablar de ellos, Adra. No son buenos… No sabes con quién hablas, porque no le ves la cara. No es aconsejable, no señor…
-Por eso yo no tengo. Además… ¿Para qué tener? Es una tontería. Me quedaría enganchada todo el día al ordenador, y no disfrutaría de lo que verdaderamente tengo aquí.
-Bien dicho, cariño. Ahora, escríbele a su madre, y cuéntale lo de la red social.
Asiento, y subo a mi cuarto, aún sin digerir lo que acabo de leer.
Sí que es cierto que Enrique me comentó algo sobre que se había hecho un portal en tuenti (sea lo que sea) y en Messenger. Pero nunca lo encontré peligroso, ni mucho menos. Tal vez no entendiera por qué se la hizo, pero nunca creí que fuera algo amenazador.
Ahora… No sé qué pensar. Tal vez le diera demasiada información a alguien a quien acababa de conocer, y entonces…
¡OH! Prefiero no pensar en ello y dejar de comerme la cabeza. Aún estoy fatal por lo ocurrido, y necesito mi tiempo para asimilarlo.
Pero, de lo que estoy completamente segura, es de que voy a saber por qué ha desaparecido. No saben quién soy yo.

CAPÍTULO 2
Algo sospechoso
Abro mi pequeño ordenador portátil, y lo enciendo. Es la segunda vez que lo utilizo desde que mis primos me lo regalaron, hace ya un año. Suspiro, y cliqueo encima del icono de internet.
El programa se abre, y aparece el link de google. Busco: Messenger.
Acto seguido, mis dedos teclean, parsimoniosos, la clave de acceso de mi amigo.
Me pide contraseña… ¿Cuál será? Pruebo con su fecha de nacimiento, pero no lo es. ¿Mi fecha de nacimiento?
Tampoco. Uhf… ¿Tulipanes?
Para mi sorpresa, he acertado. El Messenger se abre, y yo noto como un sudor frio me recorre el cuerpo entero. No tendría que estar haciendo eso. Es invadir la intimidad de mi amigo, pero… Algo me dice que aquí encontraré respuestas. Se abre una gran ventana azul, y en la parte izquierda hay una hilera de nombres. CONTACTOS, pone, y observo con curiosidad.
Mel
Diana
Rodrigo
Alberto
Susi…
Puede que haya más de cincuenta nombres ahí. Y no sé ni por dónde empezar a buscar. Mejor dicho: no sé ni lo que estoy buscando.
Voy bajando la lista de nombres, hasta que encuentro uno con un símbolo verde. Debe de ser que con él puedo hablar ahora, dado que acabo de reparar en que, en lo alto, el nombre de Enrique resplandece, y aparece como conectado.
Inspiro profundamente, y pincho en el nombre que aparece en verde: Ángel negro.

¿Ahora, qué? ¿Cómo se utiliza esta cosa? Antes de que tenga la ocasión de averiguarlo, alguien empieza a hablarme.
-¿Cómo va todo, tío?
Advierto que debajo hay una pequeña ventanita donde se puede escribir, y entonces mando:
-Estupendamente, tío.
-¿Me requieres para algo más?-Comenta este, y me las ingenio para seguir la conversación.
-No, nada más.
-Estupendo, pero sabes que me debes pasta. Como no me pagues los 100 € en una semana te las vas a ver conmigo, Enrique. Ya estoy harto de tantos rollos. Esto es un trabajo; porque me caigas bien no voy a cobrarte la mitad.
-Ya tienes el dinero.-Invento.-Te lo he enviado por correo.
Hay un breve silencio entre el chico y yo, y entonces es cuando, verdaderamente, sé que me ha pillado.
-Tú no eres Enrique, ¿verdad?
¿Qué le contesto? No es tan fácil mentir a un extraño. Quique ha desaparecido, ¿quién dice que no pueden hacer conmigo algo peor? Además, este asunto del dinero me desconcierta… Solo tenemos 16 años. ¿Cómo es que está manipulando tanta cantidad?
-Soy una amiga de Enrique.
-Lo siento, amiguita. Yo solo hablo con Enrique.
-Enrique ha desaparecido.-Contesto, un poco asustada.- Solo puedes hablar conmigo.
-¿Ha desaparecido?
-Sí. Me he metido aquí para saber qué es lo que ha pasado.
-Pues siento no poder ayudarte, chiquita.
-Pero necesito hablar contigo…
-Y yo necesito una vida, ¿vale? Adiós. Y más vale que no te metas otra vez en su Messenger, o el mal parado serás tú.
Y se desconecta. Me siento impotente; no solo por no haber podido ayudar a mi amigo, sino también porque no sé qué hacer para volver a hablar con este chico, y creo que él tiene algo que ver. ¿Vosotros no? Es muy sospechoso que le pida 100 € a Quique, y mucho más que zanje una conversación amistosa.
Bueno, lo que se dice amistosa no era, la verdad. Pero no tenía derecho a cerrar así nuestra charla.

De pronto, alguien grita mi nombre desde el piso de abajo.
-¡Adriana! ¡Voy a bajar a la ciudad a por unas cuantas cosas! ¿Quieres venir?
Recapacito, y le digo que sí a mi padre.
Me meto el ordenador en el bolsito, y bajo hasta el coche.

*******

Estoy sentada en una de las cafeterías de la gran vía de la ciudad. El sol me da de pleno en los ojos, y desafortunadamente no he podido aún abrir el ordenador. Maldita sea… ¿Se puede saber lo que estás haciendo, Adriana? Te estás metiendo en la cueva de las serpientes; en la boca del lobo. Vas a salir mal parada de esta, y lo sabes…
Esto es lo que mi razón me dicta en este preciso momento, sin embargo… Algo me hace entrar en la cafetería, resguardarme de la solana, y volver a meterme bajo el nombre de Enrique en su cuenta de correo electrónico.
-Te dije que no volvieras a meterte.-Me contesta Ángel Negro. Yo trato de encontrar el suficiente valor como para plantarle cara.
-¿Tú quién te crees que eres?
-¿Sabes? Esa pregunta me la llevo haciendo yo desde hace mucho tiempo.
-No me vengas con sandeces. Un chico acaba de desaparecer, y al parecer era tu amigo. ¿No puedes tener la decencia, al menos, de facilitarme algo de información?
-No por este medio.
-Entonces, ¿por cuál?
-Puedo reunirme contigo, pero no quiero que la gente me reconozca.-El corazón me late apresuradamente. No creía que fuese a decir eso; y, la verdad es que no me hace ni pizca de gracia quedar con un desconocido.
-No puedo.
-¿Cómo que no? Estás en una cafetería, con el portátil encendido, ¿verdad?- La sangre se me hiela en las venas. ¿Cómo puede saberlo?
-Te preguntarás cómo lo sé.
-La verdad: sí.
-Muy fácil. He rastreado la procedencia de las ondas, y he llegado a la conclusión de que estás en el Café Bohemia. ¿Me equivoco?
-No.
-Bien. Porque yo también estoy aquí. ¿Eres la morena del escote rojo?
-No.
-Ah… Así que eres la chica del vestido verde.
Trago saliva, y rastreo el local con la mirada. A parte de la morenita, no hay nadie que utilice el ordenador ahora mismo. Espera… Hay un chico en una esquina. Viste vaqueros y una camisa blanca; parece tan inmerso en la pantalla del ordenador que ni se da cuenta de que le observo. Al menos, hasta que gira la cabeza y me encuentro con su mirada.
Sus ojos… Son de todo menos normales. Su color es parecido al de las violetas, aunque un poco más azulado; un poco más grisáceo. Y tan translúcidos como el cristal.
Su cabello es moreno, escalonado y desordenado, aunque liso.
Cuando se percata de mi presencia, me sonríe. Cierra el ordenador, y hace ademán de caminar hacia mí. Pero se detiene en seco, y me hace señas para que me siente con él.
Yo, por mi parte, apago el ordenador, me lo meto en el bolso, y camino hacia él hasta sentarme en frente.
-Bueno, bueno, bueno… ¿Qué tenemos aquí? Una manzanita que aún está muy verde…
Enrojezco, y no sé si es de ira o de nerviosismo. Puede que las dos.
-¿Cómo debería llamarte? ¿Ángel negro?
Él sonríe, mostrándome unos pulcros dientes, blancos y perfectos.
-Bastará con Nico.
-¿Nicolás?-Pregunto, pero él niega.
-Solo Nico, por favor.
Asiento, y le tiendo la mano para estrechársela, pero acabo apartándola.
-Yo soy Adriana.
-¿Tiene abreviación?
-Solo llámame Adriana, por favor.-Esbozo una sonrisa falsa y socarrona, y me decido a hablar.
-Mira, Nico. Por favor… Necesito que me cuentes todo lo que sepas de Enrique…
-¿Yo qué voy a saber? Tan solo soy un humilde hacker.
-¿Humilde?-Digo, mientras enarco una ceja.-Los hackers no tenéis nada de humilde.
-A ver… ¿Qué narices quieres que te diga? ¡Apenas nos conocíamos! Solo hablé con él unas cuantas veces… Necesitaba un programa que creé, y yo se lo vendí. Eso es todo.
-¿Cómo funciona ese programa?
Él suspira, y comienza a relatar:
-El V-016 es capaz de destruir la seguridad de algunos programas en la red. Es decir, con él puedes acceder a las contraseñas de miles de personas.
-No me cuentas la verdad. ¿Para qué querría Enrique ese virus?
-No es un virus…
-Lo que sea, ¿vale? ¡No tiene sentido! Enrique era un buen estudiante, era sensible, cariñoso, tierno…
-Ya, ya… ¿Podemos saltarnos lo empalagoso, por favor?
Me ruborizo, y asiento.
-Creen que lo han secuestrado por el dinero que tiene su familia. Pero yo no lo creo así… Hace poco leí que a la hija de Rosario Flores la estaban extorsionando a través de tuenti, y tal vez pensé que…
-Hay muchos casos así, Adriana. No sabría por dónde tienes que empezar a buscar.
Estoy decepcionada, la verdad es que habría esperado más de un hacker informático.
Atendiendo a mi rostro deprimido, Nico hace que le deje el ordenador.
-Tal vez conozca a alguien de su cuenta. Podría dar con él y sacarle información, ya sabes…
Le observo unos instantes y, como dicen que los ojos son el espejo del alma, intento sonsacarle la mentira. Pero parece que lo dice enserio. Quiere ayudarme.
Le tiendo el portátil, y él desliza la mirada por la pantalla del ordenador. Sus dedos largos corretean por el teclado a una velocidad abismal, hasta que se dejan caer, inertes.
-Creo que conozco a alguien. Se llama Marina, y trabaja en el pub Sed para pagarse los estudios de la universidad… ¿Sabes dónde está el pub?
Niego en redondo.
-No soy de aquí… Bueno, soy de Roca del Valle, un pueblecito que está muy cerca…
-No sigas.-Me corta.-Te recogeré a las diez y media en el Roble Viejo. ¿De acuerdo?
-¿Cómo sabes dónde…?
-Mis abuelos viven allí, ¿algún problema?
Vuelvo a negar, evidentemente impresionada.
-¿A las diez de la mañana?-Pregunto para asegurarme, pero Nicolás, en cambio, se ríe. Su risa resuena por todo el Café Bohemia, como si fuese una bomba que acaba de estallar.
-Qué graciosa…-Comenta, pero advierto que para a mitad de frase en cuanto ve mi semblante de sorpresa.-Ya… Lo decías de verdad, ¿no?
-Pues claro.
-Pues no, bonita. Es a las diez y media de la noche. Y tienes suerte de que haya dicho esa hora. Estaba pensando a eso de las doce…
-¿Qué chalado se va de fiesta a las doce de la noche?
-¿Qué chalado no?-Contesta, y deja la pregunta suspendida en el silencio.
-Tal vez no pueda.
-Oye… Te estoy ayudando, ¿recuerdas? No voy a ir solo a preguntarle a la chavala sobre tu novio. Simplemente haré de intermediario.
Lo medito unos segundos, y asiento, mirándole a los redondos ojos color violeta. Él esboza una sonrisa, y se levanta.
-Hasta las diez, Adriana. Buen día.

CAPÍTULO 3
El viento cambia de rumbo
Estoy nerviosa. Muy nerviosa… Les he mentido a mis padres para poder conocer a la amiga de Nicolás, y lo peor no es eso… Es que creen que voy a pasar la noche con una amiga que no existe. Y, si te lo preguntas: no. No pensé en el riesgo que implicaba en la ciudad el no tener un sitio donde dormir; tampoco razoné las consecuencias de quedar con un hacker que acabo de conocer, en una discoteca donde no es que, precisamente, les importe demasiado el bienestar de una chiquilla como yo. Pero tengo que hacerlo. Por Enrique.

Mientras estoy sumida en estos pensamientos, reparo en el sonido de una moto acercarse hasta donde yo estoy; acercarse al roble donde he quedado con el joven pirata informático, que está cerca de un camino bastante mal asfaltado, pero que hace las veces de carretera cuando alguien necesita entrar y salir del pueblo.
Espero sentada en las raíces, sujetándome las rodillas con las manos, mientras observo cómo la moto va menguando la marcha hasta detenerse por completo frente al árbol.
El muchacho que la monta parece un par de años más mayor que yo. Se quita el casco negro, y me observa con sus preciosos ojos color violeta, de los cuales no puedo apartar la mirada.
Me fijo en la indumentaria del muchacho: viste totalmente de negro y, debo de reconocer, que empieza a darme mal rollo. No queda nada del chaval que he conocido apenas unas horas atrás en el Café Bohemia.
Su cabello lacio le cae cual marco en su rostro afilado, pero dulcificado por la redondez de sus angulosos pómulos.
Me sonríe pícaramente, y yo noto mil punzadas de inquietud clavarse en todo mi cuerpo.
-¿Me esperabas?-Dice jocosamente, y me tiende la mano para que suba.
-¿Tengo que montarme detrás de ti?
-No querrás hacerlo encima de mi cabeza, ¿verdad?
Me sonrojo, y acepto la ayuda. La motocicleta es grande, y para mí está un tanto alta.
Cuando ya me he acomodado en el asiento trasero, el muchacho me hace una última advertencia:
-Ni se te ocurra soltarte de mí, ¿lo has entendido? Podrías caer de la moto a ciento cincuenta km por hora, y no sería muy agradable, que digamos.
Asiento, y me agarro con fuerza a su cintura, rodeándolo con los brazos.
-¿Preparada? Pues vamos allá…
El vehículo sale corriendo a la velocidad de la luz, sorteando coches y camiones, deslizándose por la  calzada oscura.
El viento me da en los ojos, y me hace perder la noción de la realidad. No sé lo que ocurre a mi alrededor, solo intento resguardarme de las ráfagas que pasan entre nosotros rápida y pulcramente.
Parecemos dos almas errantes vagando por el mundo, que va deslizándose por nuestro costado a medida que avanzamos por las calles de la ciudad.
Porque, acabamos de entrar en la ciudad.

*******

Nicolás se ha metido con su moto Yamaha por una calle estrecha y lúgubre, y mengua la marcha hasta aparcarla en cerca de una pared maloliente.
-¿Por qué paramos aquí?-Pregunto, un tanto asustada. No tendría que haber venido; lo sé. Este no es lugar para alguien como yo.
-El pub Sed está solo a un par de minutos andando.-Se encoje de hombros.-Y no puedo ir con la moto por la acera; si la poli me pilla otra vez…
Asiento, y bajo del vehículo. Al lado de nosotros hay un par de contenedores de basura, que gotean una sustancia pringosa que hace que me tape la nariz con los dedos.
-¡Qué asco!-Comento, mientras salimos del callejón a paso ligero. Pero nadie contesta, así que intento entablar una conversación.- ¿Es maja tu amiga?
Él abre mucho los ojos, y se ríe.
-Sí, majísima. Te va encantar.-Mientras me dice esto noto como intenta disimular una risita traviesa.
-¿He dicho algo gracioso?
-No creo que sea de tu estilo, precisamente.-Comenta, mientras acelera el paso. Yo intento caminar más deprisa para conseguir ir a su ritmo, pero es inútil.
-Mis piernas son cortas, ¿lo sabías?
-Perdona.-Dice, mientras disminuye la velocidad.-Oye… Me da la impresión de que no eres una chica nocturna, si no me equivoco.
-No te equivocas.-Coincido.-Nunca me han gustado estos ambientes. De no ser porque Enrique era mi amigo nunca habría conocido este mundo, la verdad.
-Pues lo que te pierdes. La noche aquí es una pasada, manzanita.
-¿Por qué me llamas manzanita?-Cuestiono, un poco molesta e irritada.
Nico vuelve a encogerse de hombros, y me mira a los ojos, un tanto divertido.
-Es por tu aspecto. La primera vez que te vi llevabas un vestido verde, y… No te lo tomes a mal, pero con ese peinado y la forma en la que vistes, cualquiera podría darte un bocado.
-¡¿Un bocado?!
-Confundiéndote con una manzana, claro.-Me guiña un ojo, y se aparta un mechón de pelo de este.
-Pues no creo parecerme a una manzana.
Él suelta una risotada, pero no sigue con la conversación. Así que yo me callo, y empiezo a explorar con la mirada las calles llenas de peatones dispuestos a pasar una noche de fiesta.
-¿Puedo hacerte una pregunta?-Empiezo yo, sin darme cuenta de que casi hemos llegado al pub Sed.
-Lo que quieras, preciosa.
-¿Cuántos años tienes?
Es una pregunta que Nicolás no esperaba; lo he adivinado en su rostro.
-¿Te tengo que contestar?
-Sería un detalle, sí.
-Casi diecinueve años.-Tras hacer una pausa, me la devuelve.- ¿Y tú? Pareces demasiado joven para ser policía.
-No soy policía.
-Entonces, ¿por qué haces todo esto? ¿Por qué te subes a la moto de un desconocido, y vas a un lugar así?
Me callo, un tanto desconcertada. Él en cambio, toma aire, y continúa.
-Has tenido suerte de toparte conmigo en vez de con otra persona, ¿sabes? En esta industria hay muchas personas malas. Gente que no tiene dos dedos de frente, y que no dudaría en descuartizarte con tal de que no saliese a relucir su plan. No entiendo por qué lo haces, Adriana. Es un simple chico; la policía ya se está encargando del caso… ¿Qué más quieres?
-No lo sé. Tal vez sea una cuestión del corazón.
Nico sonríe, y me pasa un brazo por los hombros.
-El corazón tiene razones que la razón no entiende, ¿verdad?-Comenta él, y yo asiento. De pronto para en seco, y me hace mirarle a los ojos. Me sumerjo en ellos; parecen un mar de dudas, desesperación, angustia y, sobre todo, astucia.- Mira, yo no te conozco y tú no me conoces… Pero soy un tío decente, y tengo que decírtelo: una vez entres es muy posible que no puedas salir de este mundo. Por eso te he hecho plantearte lo de la búsqueda. Yo te acompañaré hasta Marina si tomas esa decisión, pero si te dejas de estas tonterías y me pides ahora que te lleve a casa, me harías muy feliz. Porque no pesaría en mi conciencia que una niña de…
-Dieciséis.
-Que una niña de dieciséis años acabe de entrar derechita a la cueva de las serpientes, ¿comprendes?
Trago saliva. Sé que lo dice en serio, pero no puedo dejarlo estar. Tengo la impresión de que estoy más cerca de Enrique que ningún otro, por eso dejo de sostenerle la mirada, y respondo.
-Tengo que hacerlo.-Simplemente digo eso; y esto basta para que Nicolás abra la puerta del pub, tras haber hablado con el portero para que me dejen entrar a pesar de mi corta edad, y entrar.

El ambiente está cargado de humo y ruido. La música a todo volumen me impide escuchar las recomendaciones de mi acompañante, que se mueve entre la multitud con soltura, mientras echa rápidas miradas hacia tras para cerciorarse de que sigo ahí. Me guía hasta una barra iluminada por neones morados y azules, que le dan un toque espacial al local.
Hay una chica rubia y despampanante detrás. Viste con unos vaqueros cortos y rotos, una camiseta roja que deja al descubierto su ombligo, pues la lleva anudada por debajo del pecho, y un pirsin rosa en el labio inferior. En cuanto ve a Nicolás, surge una gran sonrisa en su rostro bronceado, y le da dos besos en la mejilla.
-Vaya, vaya, vaya… Quién se ha dejado caer por aquí. Ya hacía tiempo que no venías, Nico. ¿Qué se te ofrece?
-Esta vez, información, Marina.-Dice él, mientras esboza una sonrisa maliciosa.-Esta es mi amiga Adriana.
Me señala, y sonrío, no sin fingida simpatía.
-Encantada, cielito.-Susurra la chica.-Bueno, has dicho que querías información. ¿Sobre qué?
-Un amigo común ha desaparecido.-Comenta él.- Se llama Enrique Pons. Le conoces, ¿verdad?
-Pues claro, es un encanto de niño.-Dice, mientras me guiña uno de sus preciosos ojos turquesa, marcados por una profunda ralla de kohl.- ¿Decís que ha desaparecido?
-Sí.-Empiezo a decir.- Creen que ha podido ser porque su padre acaba de firmar un negocio en…- Me callo al comprobar que Nicolás y Marina intentan hacer que pare de hablar.
-Aquí no.-Sentencia la chica.-Max, cúbreme durante media hora, por favor.
Sale de la barra, y se reúne con nosotros.
-Venid. Allí podremos hablar.-Susurra la joven, que no debe tener más de veinte años, y nos acomoda en unos sillones que se esconden tras una gran cortina color lila.
Ella se sienta en frente nuestro, y sonríe con sus labios rojos y regordetes, no sin una pizca de remordimiento.
-No creo que sea por eso… ¿Cómo decías que te llamabas?
-Adriana.
-Eso, eso… Adriana. Un nombre muy bonito.-Hace una pausa, y continúa hablando.- ¿Alguno de los dos sabía si Enrique era un pirata informático?
Negamos a la vez.
-Bien. Pues, lo cierto es que no había hablado de esto con nadie más que con él y sus amigos, pero dado que ha desaparecido… Os lo diré. Enrique y Daniel, un amigo suyo, también era como tú, Nico. Solo que no lo hacía por ganarse un dinerillo, simplemente…
-¿Por diversión?
-Exacto. Se ve que jugaban con unos cuantos amigos a ver quién hacía más barbaridades en la red. Lo cierto es que yo no tengo ni idea de qué podían llegar a…
-Marina, por favor.-Susurro.-Necesito saberlo todo. ¿Crees que podrían haberlo secuestrado por algo de eso?
Niega en redondo.
-La policía lleva bastante tiempo intentando dar con una banda que roba contraseñas en las redes sociales para luego chantajear a los usuarios. Pero, ahora sí que os lo prometo, no sé nada de lo que hacían cuando estaban solos con el ordenador. Intuí que era a ellos quienes buscaban la policía porque os oí hablar a ti y a Enrique sobre el programa que creaste, pero no sabía si se lo habías vendido a otra persona, así que permanecí callada. No quería que resultaseis dañados.
-Solo se lo vendí a él.
-¿Crees que pueden haberse escondido?
-Cualquiera sabe.-Dice ella.-Enrique es extraño. Y es el líder. No sabemos lo que puede haber hecho. Puede que se haya escapado de casa, cualquiera sabe.
Echo una rápida ojeada a Nico, que parece igual o más consternado que yo. Él se da cuenta de que le observo, e intercambiamos una rápida mirada nerviosa.
-Gracias por tu tiempo, “M”. Ya volveré otro día, ¿vale?
-Siempre es un placer hablar contigo. Pero, por favor, no le digáis a nadie que os he dicho todo esto…-Su voz suena cohibida, incluso medrosa.
-No te preocupes. Actuaremos con cautela.
Ella asiente, satisfecha, y nos hace salir de la salita.
-Una última cosa.-Interviene Nicolás.- ¿Sabes de alguien que sepa dónde pueden estar?
Marina mira hacia todas las direcciones, hasta que saca una libretita pequeña, y anota una dirección y un nombre.

Dorotea Gibraltar
Avd. Asturiana, 12. Pta. 6

Él asiente, y me toma la mano para que le acompañe a la salida. Yo me siento como si fuese de vapor.
Mi cabeza me da vueltas, y parece que Nico ha comprendido lo que me pasa, porque me saca fuera del local para que me dé el aire, y hace que me siente en un banco.
-¿Estás bien?-Me pregunta.
-Sí, eso creo.
-Bien, porque vamos a hacerle una visita a la señorita de la nota. Con un poco de suerte encontraremos antes a Enrique que la policía.
-¿Crees que podremos dar pronto con él?
Nicolás asiente, y se sienta a mi lado.
-Nico…-Empiezo.
-¿Qué?
-Quería darte las gracias. Sin tu ayuda no podría haberme hecho con esta información.
Él enarca una ceja, y esboza una media sonrisa.
-Tranquila… Como no tengo nada que hacer los viernes por la noche me dedico a rescatar a princesas en apuros.
Sonrío, pues me ha recordado a los juegos que hacíamos Enrique y yo cuando aún éramos muy pequeños.
-Ahora en serio. Enrique y yo no nos conocíamos mucho, pero debo de admitir que una desaparición es un tema serio. Y creo que, si puedo hacer algo por ayudar, tengo que hacerlo.-Se levanta del banco, y pone los brazos en jarras como si fuese un superhéroe.-Y si vamos ahora a la casa de esta chica, tal vez encontremos el lugar donde se esconde Enrique y su panda de amigotes. Me acompañarás, ¿verdad?
Sonrío, y me levanto. Ahora que he digerido un poco lo que está ocurriendo, ya no siento dolor ni tristeza, sino ira y rabia.
Ahora que sé que Enrique solo me mostraba una de sus facetas, lo que me está moviendo no es el amor que sentía por él, que poco a poco se está extinguiendo, es el placer de saborear la victoria. De haber atrapado a un criminal con las manos en la masa, y entregarlo a la policía.
Y eso es justo lo que voy a hacer; no pienso dejar que se salga con la suya.

*******

Nicolás llama al timbre de una puerta. El susurro rechinante de este me hace estremecer por un instante. Es un lugar bastante cutre… La puerta parece que lleva siglos sin ser cuidada, y la pintura de las paredes se desconcha a medida que el tiempo pasa.
Cuando oigo el chirriar del pomo al abrirse, me coloco detrás del chico instintivamente y, al hacerlo, la puerta se abre dejando paso a una joven enfundada en una bata rosa, con zapatillas de conejito, y el cabello castaño y alborotado cayendo por su espalda y parte del rostro.
Pasa la mirada de uno a otro, y aún somnolienta, abre la boca:
-¿Nicolás? Qué haces aquí a estas horas… Mañana tenemos un examen.
-Te recuerdo que ya no voy a tu clase, Dora.
-Da igual. ¿Qué hacéis aquí con tu amiga?
-Nos han dicho que podrías resolvernos un enigma.-Susurra Nico.-Si tienes un poco de tiempo, claro.
Ella refunfuña, y nos hace entrar en la casa. Parece, simplemente, la casa alquilada de una universitaria.
Dorotea nos acomoda en dos sillas de la cocina, y empieza a prender fuego a los fogones.
-¿Os apetece un té?-Pregunta ella, y los dos asentimos con la cabeza.
-Bueno… Más vale que sea un asunto de vida o muerte. ¿Por qué venís a mi casa a las doce de la noche?
-Estamos indagando sobre la desaparición de Enrique Pons. Sé que tú le conoces, y nos han dicho que podrías saber dónde está.
-¿Quique ha desaparecido?-Dorotea abre mucho sus ojos marrones, y adopta pose de sorpresa.
-Nos han dicho que sabías lo que se tramaban.-Miente Nico.-Que sabes dónde está su base de operaciones, por así decirlo. La policía está buscando a una banda de piratas informáticos, y tenemos motivos para creer que son ellos, y que se han escondido.
Dorotea finge que está calma, pero su tez pálida destroza su coartada.
-Yo salgo con uno de sus amigos, por eso conozco a Enrique.-Comienza a decir.- Con Hugo, sin ir más lejos. Pero sólo sé que ellos no se reunían en la ciudad, sino cerca. Enrique habló de un pueblecito cercano a aquí… Roca del Valle, aunque no sé dónde se escondían.
Nico asiente, satisfecho.
-Por cierto, aún no me has presentado a tu amiguita.-Comenta la chica, explorándome de arriba a bajo.
-Esta es Adriana, Dora. Es la novia de Enrique.
-¡No soy su novia!
-Ah, ¿no?
-No. Simplemente soy su amiga… Teníamos una promesa, pero eso no implica que tengamos una relación.
-¿Qué clase de promesa?-Pregunta Dorotea, intrigada, mientras nos sirve a cada uno una humeante taza de té.
Yo respiro, y trato de explicar:
-A los ocho años nos conocimos en Roca del Valle, donde vivo. Fue en mayo, así que nos prometimos que cada uno de mayo nos volveríamos a encontrar en un viejo roble que hay cerca del pueblecito.
-Eso explica por qué iban a Roca del Valle a realizar sus propósitos. Nadie buscaría en esa villa, y él conoce la zona. Para ellos es un buen lugar.
Nicolás asiente, conforme.

Durante la media hora siguiente nos dedicamos a beber el té que Dora nos ha preparado. Cuando acabamos, recogemos nuestras cosas, y salimos a la templada noche primaveral de mayo.
Nico saca un cigarrillo, y empieza a fumar. Yo le observo soplar para dejar salir el humo de sus pulmones, y se apoya en la pared de la finca.
-¿Quieres?-Pregunta él, y yo niego en redondo.
-No deberías fumar.
-Me relaja, y créeme, ahora lo necesito.
-Eso da igual. Fumar te perjudicará, sobre todo si eres joven.
Él me observa unos instantes, sereno, y apaga el cigarrillo en la suela de su zapato.
-Ya está, ¿contenta?
-Sí.-Le sonrío.
-Sabes dónde vas a pasar la noche.
-No. No tengo ni idea.
-¿Quieres que te lleve a casa? No es buena idea que te quedes por la ciudad. Tienes pinta de niña tonta e inexperta, ¿sabes? Puedes ser un blanco fácil.
Solo de pensarlo se me pone el vello de punta, y estoy a punto de aceptar. Pero luego la duda me embarga. ¿Qué les digo a mis padres?
-No puedo. Mis padres sabrían que les he mentido.
-¿Qué les has dicho para que te dejen venir?
-Que iba a pasar la noche con una amiga, pero no existe.
Él asiente, y comenta.
-No vuelvas a hacer eso.
-¿Ahora haces de padre?
-No. Es… Simplemente es ridículo. ¿No piensas en las consecuencias?
-Vale… Puede que yo me haya pasado de la ralla, pero reconoce que es muy extraño que seas tú el que me esté sermoneando.
Él sonríe, y me mira a los ojos, divertido.
-¿Qué quieres hacer? Puedo presentarme como el hermano de tu amiga, si quieres. Dices que tienes el estómago revuelto, y por eso te he llevado a casa. ¿Qué me dices?
-Reconozco que es una buena idea.-Admito.-Si no te molesta, acércame.
Él asiente, y me rodea los hombros con el brazo.
-Como gustes, manzanita.
Susurra, y por primera vez en bastante tiempo, me siento bien. No precisamente por ser feliz; ojo, yo soy muy feliz como estoy, tranquila en mi pueblo, con mi familia y amigos. Pero… No sé, es una sensación extraña.
Nadie me había tratado así nunca: ni mis amigos, ni Enrique… Nadie.
Es como experimentar una nueva sensación; en una situación muy extraña, la verdad. Nunca habría adivinado que este adolescente con pintas de desmelenado resultase ser la buena persona que es.
-¿En qué piensas?-Susurra Nico cuando nos acercamos a la moto, y yo respondo con toda naturalidad:
-En que eres demasiado bueno para ser real.
Noto como él se tensa, pero no me suelta. Evita parecer tenso.
Vale… Tal vez me he pasado un poco: apenas lo conozco.
Pero a mí me han enseñado a ser franca y sincera.
Y es lo que intento ser.


CAPÍTULO 5
El refugio

Es sábado por la noche, y mis padres me han dejado de cuidadora oficial de mi hermana Beatriz, para que ellos puedan asistir al baile en memoria de los primeros fundadores del pueblo.
Así que estoy en la planta baja, con la chimenea encendida, y la cuna del bebé a mi lado.
Estoy terminando de leerme “El Nombre del Viento” a la luz de las llamas, y debo de reconocer que es maravilloso estar tan tranquila. Ahora que Bea se ha dormido al fin, puedo tener un rato de relax frente al fuego.
Cuando voy a pasar de página, alguien golpea la puerta repetidas veces, hasta que la abro.

Nicolás aparece en el umbral, con una sonrisa de disculpa, y me saluda con la mano derecha, mientras la otra la mantiene guardada en el bolsillo de la sudadera azul.
Miro al cielo, y puedo asegurarme de que está a punto de anochecer, y el crepúsculo se cierne sobre el pueblo, que debe de estar preparándose para la fiesta.
-Hola, yo…
-Espero que tengas una buena escusa para presentarte aquí a las siete de la tarde.
-Créeme, la tengo.
-Bien, pues pasa.-Pero antes de dejarle entrar, le advierto.-Ni se te ocurra hacer ruido, mi hermana está durmiendo, y como se despierte…
Él asiente cuidadosamente con la cabeza, y entra intentando que sus zapatillas de deporte no rechinen en el parqué.
Hago que se siente en un sofá cercano a la chimenea, mientras voy a la cocina, y abro la nevera.
-¿Quieres una coca-cola?
-Vale, pero a lo mejor no nos conviene ponernos nerviosos ahora, créeme.-Yo me giro repentinamente hacia él, que me sostiene una mirada pulcra y sincera.
Sin nada en las manos, me siento a su lado, mientras arropo a mi hermana.
-¿Qué pasa?
-Se me había ocurrido que tal vez el pueblo no sea solo lo que vemos. ¿Has pensado que puede haber un pueblo escondido abajo?
-¿Cómo en el nombre del viento?-Susurro.-Cuando Kvothe le pide a Auri que le muestre la Subrealidad, que no es más que el alcantarillado de la Universidad…
-…Y se encuentra con pasadizos para llegar al Archivo, aparte de otras aulas que han sido sepultadas bajo tierra. Sí, eso había pensado yo.-Antes de continuar con la investigación, comenta.- ¿Te gusta “el nombre del viento”?
-Sí, me lo estoy terminando.
-A mí también me gustó cuando lo leí.
Nos quedamos en silencio durante un breve espacio de tiempo, como si fuésemos tontos. Todo el rato sonriendo.
Hasta que un leve gemido de Beatriz nos despierta de la ensoñación. Después de comprobar que sigue dormida, me dirijo a Nico con expresión de preocupación:
-¿Crees que Enrique puede estar metido por los túneles del pueblo?
Él niega en redondo.
-No. Creo que ha podido usar los túneles para llegar a algún sitio. A algún sitio al que nadie más que un loco se atrevería a ir…
-A la feria fantasma.
Él asiente, satisfecho.
-¿Recuerdas cuando abrieron esa feria?
-No; yo solo tenía tres años. Lo único que sé es que la cerraron antes los dos meses de la apertura, pero nunca he preguntado por qué.
-Mi abuela me contó que mataron a seis niños en ese lugar. Aparecieron con heridas sanguinolentas al finalizar el trayecto de la atracción... No encontraron al culpable, ni supieron entonces si la atracción había sido la responsable.
-¿De verdad?
-Sí. Después de aquello, la feria se cerró, creo. Pero… Bueno, hay una historia que los chavales cuentan, ya sabes… Que dice que los espíritus de esos niños habitan la casa, y que algunas noches las luces se encienden.
-Qué miedo.
-Ya te digo.
-Pero… Eso es solo un cuento de críos. ¿Quién se cree esas tonterías?
-Bueno… Ahora hablas mucho. Pero estoy seguro de que no te atreverías a ir a la feria fantasma tú sola.
Me sonrojo un poquitín, y niego.
-No estoy loca.
-Bien. Pero… ¿Vendrías conmigo?
-¿¡QUÉ!?
-Shhhh… Calla. No despiertes al bebé.
-¿Quieres ir a la feria fantasma?
-Allí encontraremos a Enrique. Estoy seguro. Además, como bien has dicho, son sólo cuentos de críos.
-Pero… No puedo dejar a Beatriz sola.
-Puedes dejarla con mis abuelos. No van a ir a la plaza.
-¿Quiénes son tus abuelos?
-Los señores Latern.
-¿Los franceses?
Nicolás asiente, mientras intenta coger cuidadosamente a la pequeña en brazos sin despertarla.
-¿Tienes una cesta?

*******

Vale. He dejado a Beatriz con los Latern, pero no puedo dejar de pensar en que me estoy metiendo en un lío de los gordos. Nicolás está intentando romper la valla que separa la feria y el pueblo, pero no lo consigue.
Yo reparo en que las luces de la plaza han comenzado a brillar, y la música empieza a resonar por todo el lugar.
Giro la cabeza hacia el hacker, que está utilizando una pequeña navaja para cortar los hierros oxidados. Pero nada.
Él niega con la cabeza, y suspira, presa del cansancio.
-¿Estás seguro de que quieres entrar?
-Nunca he estado tan seguro de nada, ¿vale?
-Captado.
-Vamos a tener que trepar.-Interviene él.
-¡Yo no puedo trepar! Está oxidado, y además…-Me callo al comprobar que el chaval no me presta ni la menor atención.
-¡Fíjate! ¡Allí! La entrada solo está cerrada por un cordón policial.
-Entonces… ¿A qué esperamos? Podríamos habernos ahorrado bastante tiempo y fuerzas…
Pero ya no me escucha. Está corriendo para alcanzar cuanto antes la entrada; así que yo hago lo mismo, y me cuelo por debajo del cordón.
Ahora, la noche es casi profunda, y la oscuridad lo baña todo a nuestro alrededor.
Es…
Imagínate estar dentro de una película de miedo: todo oscuro; todo silencioso. Sólo tú y la oscuridad… Y, bueno, creo que esa es la parte en la que el payaso loco empieza a perseguirte con un cuchillo de carnicero.

Pero esto es real. Y no hay asesino con puñal. Solo está el frío, que comienza a calarse en mis huesos. El viento aúlla, transportando las hojas secas del suelo.
-¿Tienes miedo?
No contesto, pero mi simple paralización basta para que el chico me coja de la mano en ademán protector, y me haga dar unos pasos hacia delante.
Puede que no pueda ver casi nada, pero la vista del lugar es desoladora.
Frente a mí se encuentra una antigua carpa de circo, y a su izquierda, unas cuadras de madera, que hacen de marco para los desgarrados carteles publicitarios.
Al otro lado es donde empiezan a verse las atracciones. La primera es un tío vivo precioso… Hay tres tipos de caballos, de grande a pequeño. Y también hay carrozas de un apañado estilo barroco.
Pero ahora… Ahora Nicolás me conduce hacia la izquierda, donde se encuentra el panel de luces y mandos.
Lo abre, con cuidado, y lo enciende.
De pronto, aparece un torbellino de luces rodeándonos. Las bombillas empiezan a iluminar el terreno, y la música feriante invade nuestros oídos.
Es la primera vez que la feria resurge de las cenizas, como el ave fénix, desde hace más de trece años.                                                                   
-¿Dónde crees que pueden estar escondidos?
-No lo sé.
-Tal vez si nos separamos…
-No. No podemos separarnos, ¿vale? Tenemos que estar unidos, porque podrían capturarnos.
-Será mejor que llamemos a la policía.
Él me hace mirarle a sus peculiares ojos violentados y, finalmente, toma una decisión:
-Mantén el 112 marcado, y cuando creas que es necesario, llamas. Pero no antes, ¿de acuerdo? Porque, sino, los que vamos a tener problemas seremos nosotros. Antes tenemos que cerciorarnos de que están aquí.           
Asiento, pero no puedo dejar de mirarle a los ojos. Me tienen embrujada, como si me hubiesen atrapado en una red, y ahora tuviese que ocurrir un milagro para que la red se rompiera, y yo quedara libre.
Pero eso no ocurre hasta que Nico me roza la mejilla con sus dedos, y vuelvo a la realidad. Y, apartándole la mano de mi rostro, intento recordarme que no somos del mismo mundo: que él pertenece a la tétrica noche, y yo al luminoso día.
-Tenemos que encontrarles.-Digo para quitar hielo, y él asiente.

Seguimos caminando; recorriendo el lugar de cabo a rabo. Pero es inútil: es como buscar una aguja en un pajar.
Hasta que, por fin, llegamos a un lugar donde parece que la electricidad no ha llegado aún.
-La casa embrujada.-Señalo.
-Fue ahí donde mataron a los niños. Pero sospecho que Enrique no sabe nada.
-¿No crees que es un lugar perfecto para esconderse? Es una casa, ¿recuerdas? Sin los adornos ni los sustos provocados por la electricidad, es una simple finca isabelina.
Escucho voces. Se ríen; gritan; charlan. Y provienen de la casa.
-Son ellos.-Digo yo, convencida. Estoy a punto de abrir el portón cuando Nico me coloca una mano en el hombro, y me detiene.
-Iré yo primero.
-¿Por qué?
-Porque sí, ¿entendido?
Me encojo de hombros, y él entra, seguido de mí. Encendemos las luces, y acto seguido la atracción comienza a cobrar vida.
El suelo baja con nosotros encima: cruje, se tambalea… Y yo me agarro con fuerza al brazo del joven, que parece tan pasmado como yo.
El suelo sigue bajando, como un ascensor, hasta dejar una apertura en uno de los muros que lo rodean: es un pasillo.
Aún aferrada al hombro del que, posiblemente, ya pueda considerar amigo, entro en el pasillo, y sigo caminando hacia delante, con el miedo en el cuerpo y el tembleque de un flan.
-Quién me iba a decir que iba a entrar en una casa encantada con veinte años.
-Aún tienes dieciocho.
-Qué más da.
Mientras susurramos sandeces como esas, no somos conscientes de que nos acercamos a unas vagonetas, que parecen realizar el recorrido completo alrededor de la mansión.
-¿Tenemos que subir?
-Eso parece; no hay otra salida.
Nos sentamos en ellas, y empiezan a correr. De pronto, unos gritos de alerta invaden mi mente, y me sumergen en un estado de profundo pánico.
Es la voz de Enrique, que me pide a gritos que no suba al vagón.
Demasiado tarde: la locomotora ya cruza a toda máquina el pasillo, y se desliza por las vías de la mansión encantada rápidamente.
-¡AGÁCHATE!-Me grita Nicolás, y me empuja hacia dentro de la vagoneta.
Ahora comprendo por qué lo hace. Mil y una cuchillas afiladas comienzan a volar alrededor de nosotros, seguidas por las hachas de caballeros sin cabeza, que cortan el aire con sus oxidadas hojas. La cuestión es que no parece que lo hagan en un orden lógico. Se tambalean y se lanzan como bien les viene.
Nico emite un leve gemido, y yo me asusto:
-¿QUÉ PASA?
-Me ha dado una…-Mientras lo dice, yo le agarro por la espalda, y le obligo a arrimarse mucho más a mí.
Él se tumba encima, en el suelo del carricoche.
Observo las mil y una cuchillas que se abalanzan sobre nuestras cabezas, y noto los vaivenes de la carreta, que se abre paso entre un mar de dagas voladoras que se abalanzan hacia la pared de enfrente.
-¿Te duele?
-¿Tú qué crees?
-Creo que fue por eso por lo que esos niños murieron hace trece años.-Digo torpemente.- La atracción está estropeada.
-¿Tú crees?-Comenta con sorna, mientras se acomoda un poco para intentar no chafarme, y luego comenta.-Pero nosotros no seremos los siguientes. Recuerda que acabamos de encontrar a unos fugitivos. Vamos a salir en la prensa, y como personas vivas, ¿de acuerdo?
Sonrío, y sin pensarlo siquiera, le beso en la mejilla.
Él se queda sin habla, y se mantiene un poco rígido, al menos, hasta que nota cómo la vagoneta va parando poco a poco.
-Llama ya a la policía.-Me dice al oído, y yo, corriendo, cojo el móvil y marco el 112.
Cuando una voz suena, me siento más tranquila y aliviada.


EPÍLOGO
Los amantes se encuentran en el Roble Viejo

Un año después…
Tal vez ya esté lista para contar lo que verdaderamente ocurrió los días siguientes a la detención de los chicos.
Llevaron a Nicolás a un hospital, y yo pasaba casi todos los días a verle. Aunque era un simple corte en el brazo, los médicos dudaron de si podía ser perjudicial para su salud, ya que fue hecho por una hoja oxidada.
Hablábamos y hablábamos durante horas. Y, la verdad es que parecía que nos conociésemos desde hace años.
Unos días más tarde, nos tomaron declaración a todos. Se celebró el juicio, y les cayó un mes en un reformatorio a cada uno. ¿Por qué? Pues… Simplemente, diré que sí. Que eran ellos la banda que chantajeaba a jóvenes a través del tuenti. Pero la cosa iba más allá. No tengo ganas de relatar cómo era su “modus operandi”, porque no quiero volver a recordar al chico al que quise convertido en un delincuente.
Ya es demasiado duro saber que hoy es 1 de mayo, y que no va a ir nadie a la cita en el Roble Viejo.
Pero da igual…
Ya lo he superado.

También me despedí de Nico. Y, lo cierto es, que fue demasiado difícil.
Estábamos en una acera, frente al Café Bohemia, donde no habíamos conocido en persona.
Ahí fue donde tomé la decisión: le dije que me gustaba de verdad, pero que pertenecíamos a mundos distintos. Que él era un ser de la noche y la tecnología, mientras que yo era una chica de la luz, y necesito que la naturaleza esté alrededor de mí.
Por eso, y no por nada más, le dije que no era conveniente que volviésemos a encontrarnos. Le hice prometer que no volvería a mi casa a buscarme, mientras que yo no intentaría encontrarlo por medio de Marina o Dora.
Y así, con estas crudas palabras, me despedí de él para siempre.

Ya ha pasado un año, y no he dejado de pensar en Nicolás, en Enrique, y en todo lo que sucedió aquellos días tan intensos que marcaron mi vida para siempre.
Ya nadie volverá a hacerme sonreír en mayo. Ya no sentiré la vida fusionarse, porque no tengo a nadie con quien compartir ese sentimiento de dulzor.
Los amantes nunca más se encontrarán en el Roble Viejo, porque ya no hay amantes. Simplemente será una chica joven la que se sentará en sus raíces y, mientras contempla el arrollo cercano, llorará por los buenos momentos que ha pasado allí, y que jamás resurgirán de las cenizas… Pues la historia no es un ave Fénix.
Así que, aquí estoy, caminando entre el bosque para cruzar de roca en roca el arrollo, y sentarme bajo la sombra del árbol a rememorar los capítulos de mi anterior vida.
Acurrucarme y observar a la vida unirse con la vida, mientras lloro por mis fantasmas.
Pero algo me asusta cuando voy a cruzar las aguas. Hay un joven a mi lado, apoyado en la rama de un árbol. Está de espaldas, pero creo saber quién es.
Enrique.
No. Sé que es imposible. ¿Por qué iba a venir a mí después de darle tal bofetón? Además, no sé ni siquiera si quiero verle. Aún no lo he perdonado, y dudo mucho que vaya a hacerlo en lo que me queda de vida.
Me acerco hasta el muchacho, moreno y fuerte, y poso delicadamente mi mano en su hombro. Éste se gira bruscamente, y de pronto lo comprendo.
Sus ojos violeta me miran como si yo misma fuera un sueño, y creo que los míos hacen lo mismo.
No es Enrique, ni mucho menos.
-Nico…
Dos lágrimas afloran del fondo de mi ser, y ruedan por mis mejillas, que arden.
Me hecho a sus brazos, rodeándole el cuello con mis manos. Por un momento noto como él me levanta del suelo, y me abraza con todas sus fuerzas.
Nos quedamos así, sin decir nada, sin reparar que, a nuestro alrededor, la naturaleza se fusiona, al igual que, en este abrazo, lo hacen dos mundos en guerra.
Dos mundos que se evitan porque son demasiado diferentes, pero que, al mismo tiempo, se complementan.
Y yo, mientras le acaricio suavemente las mejillas enrojecidas… Mientras le susurro que le amo al oído, siento que en mi fuero interno le grito a mi mayo… A mi queridísimo mes de mayo:
“Solo tú podías conseguir algo así.”
Sofía Mas Conejero, Valencia, Mayo 2010