sábado, 27 de julio de 2013

La princesa y su corona

Bajo el espeso velo que la fortaleza creaba no había otra cosa más que dolor. El mundo había cambiado, y con él, ella. La soledad hacía mella en su más que agotada alma, que no podía dejar de emitir ese silencioso grito de guerra que nadie escuchaba salvo su espíritu, ya condenado de por vida a ser desconfiado.
Entonces,  cuando el grito fue audible más allá del silencio, todo cambió. Y todos se dieron cuenta de cómo era él, su príncipe, en realidad.
Ella todavía duda. Se siente presionada por un amor al que no está destinada; se siente apesadumbrada al no saber si dejarlo marchar, de una vez por todas, o de conservarlo en su memoria aun sabiendo que va a ser lo más doloroso a lo que se vaya a enfrentar nunca.
Es consciente de que jamás amará a nadie como lo ha amado a él. Pero él nunca la amó de verdad. Sólo fue un niño que necesitó de un bastón para levantarse frente a una sociedad juiciosa. Ella fue la princesa que lo convirtió en príncipe, y él el plebeyo que la destronó a ella, que se llevó su corona.
La princesa cree saber lo que le conviene. Intuye que lo más parecido a la redención de su alma es el olvido de su amor imposible: de ese hombre que creyó su salvavidas, y que finalmente la ahogó. Y está a punto de consentirse el capricho de abandonar el sabor amargo del adiós para sonreír de nuevo por ese mismo motivo. Pero eso sólo puede ocurrir de una manera.
Ya no es libre, pues desde el momento en el que comenzó a amarlo se subordinó a él, por eso ahora hará algo que cambiará el curso de las cosas.
La princesa ahoga un gemido al acercarse al balcón de su alcoba. Un intenso escalofrío de placer recorre sus miembros. Y al mirar al cielo, tan oscuro como su melena larga y espesa, dice adiós al mundo.
Y salta.
Comienza así su última metamorfosis. La primera ocurrió cuando su príncipe le robó su vida para obtener la de él. Esta segunda la convierte de nuevo en princesa. Tal vez una princesa dormida, una princesa herida… Pero en una princesa, como antes, como siempre lo fue hasta que lo conoció a él.
Aunque caiga desde la más alta torre del castillo y sepa que el impacto acabará con ella, no tiene miedo.
Es incluso feliz.
Porque, a fin de cuentas, ha recuperado su corona. Ahora ya es libre.