martes, 3 de enero de 2012

El Ángel Extermindor

Miguel. Rafael. Gabriel. Tal vez sepas de quienes hablo. Uriel. Remiel. Raguel. Zerachiel.
Todas estos nombres están relacionados entre sí. Son ángeles. Poderosos arcángeles de tres alas que bajaron a la tierra con una misión: ser los guardianes de los profetas; de los humanos y… de la vida en sí.
Es difícil no reconocerlos. Sus almas brillan con la luz más blanca y pura que uno es capaz de imaginar. Sus alas son las de grandes y majestuosas aves de plumaje suave y delicado. Sus ojos te miran como si fueses lo más importante de toda la creación y, lo cierto es, que ellos consideran que sí lo eres.
Los ángeles… Los ángeles son la raza más pura. La más cercana a Dios. Los ángeles son bondad, amor y pureza. Cariño; afecto. Los ángeles son sabiduría. Son vida.
No es fácil pensar en ellos como seres vestidos con atuendos negros y oscuros. Es más, seguro que doy en el blanco al decir que, en este instante, te estás imaginando a uno trajeado con una túnica blanca que le llega hasta los pies, ¿me equivoco? ¿Yo? Jamás.
Bueno, la verdad es que podría equivocarme. Pero no quiero. ¿Qué dices? ¿Qué este tío está chalado? Bueno… Llevo bastante tiempo entre humanos; tal vez me hayáis influenciado más de la cuenta… y no precisamente para bien.
Lo que lleva al punto de partida.
A que, sí. Es decir, sí que me he vuelto un poco loco con el paso de los años. Pero, muy en el fondo, sigo sabiendo lo que soy. Soy uno de ellos. Soy… ¿soy un ángel? Antes creía que sí.
Ahora, no estoy tan seguro.
Vale, a estas alturas seguro que te planteas el dejar de leer. Ahora estás pensando en si tendría que ingresar en el manicomio, ir a un psiquiatra, o yo qué sé que más cosas horribles… Pero, lo cierto es, que no necesito nada de eso.
Necesito volver a ser… yo. Caminar de nuevo entre ángeles.
Este sitio acabará conmigo, tarde o temprano… Sé que lo hará. Ya empieza a consumirme. Porque tengo un encargo, y no sé si soy capaz de llevarlo a cabo. Aunque me cueste admitirlo, tengo miedo. Y ya lo sé… Ya lo sé. Si soy un ángel, ¿cómo es que tengo miedo? ¿Y por qué no soy humilde y no acepto que lo tengo?
Tantas preguntas… Tan pocas respuestas. Ni yo mismo lo sé. Siento no poder contestar.
Sólo sé que deambulo de acá para allá con una misión cada vez. Se podría decir que viajo por trabajo. 
Ahora… Ahora camino por las calles de Valencia. Es de noche; hace frío. Y yo me arrebujo dentro de mi cazadora. ¿Cómo es que siento frío? Se podría decir que he pasado demasiado tiempo lejos de la “Esencia”. Ahora siento como un mortal. Hablo como un mortal. Pienso y me tientan… Como a un mortal. Pero, no. No soy mortal. Nunca moriré. Aunque me atraviesen con la espada más emponzoñada que existe… Jamás dejaré la vida.
Porque yo no soy quien la da, no. Al contrario: soy uno de los que la quitan. Soy un instrumento del Creador. El encargado de hacer perecer lo que está marchito.
Sin embargo… Hace mucho tiempo que dejé de ser quien soy.
Meto las manos en los bolsillos de mi chaqueta de cuero. Son las tres de la madrugada, y de nuevo me encamino hacia una olvidada callejuela del casco antiguo de la ciudad. Otro pub. Otra copa. Otra muerte.
Allí está. Como otras tantas veces, le arrebato el alma a un cuerpo inerte, corrupto y marchito.
Y así, pasa otra noche. Pasa otra hora. Así,  por toda la eternidad. Ya no tiene sentido. Si no acaba mi cometido, ¿qué importancia tiene mi existencia?
Otro día, otro amanecer. Y el tiempo no se detiene jamás para mí. Soy un ángel condenado. Siempre el mismo amanecer. Siempre los mismos rayos de luz. Para mí es todo igual. Siempre seré un ángel exterminador.
Por siempre, siempre jamás.
Ya nada tiene sentido. Todo está condenado. Tarde o temprano, por mis manos pasará.
Así que, qué más da que me veas tarde o temprano. A fin de cuentas, no vas a vivir eternamente. Yo sí…
Yo sí.
Cada vez estoy más cansado de la rutina. Necesito vacaciones.