martes, 12 de abril de 2011

Uno sobre internet ^^

¡Hola! Hoy, mi antigua profesora de lengua me ha recordado que, el curso pasado, escribí un relato sobre redes sociales... Lo subí a principios de verano a Rocavarancolia, pero dado que tengo blog... Me hace ilusión colgarlo aquí. Se titula CAMPOS DE MAYO, y es un relatito que ocupa unas 20 páginas... No es muy largo, por lo que la narración es rápida, y también me gustaría que tuvierais en cuenta que es una historia que escribí ya hace un año, y que en un año una persona puede mejorar (un poquito por lo menos, jaja).
Lo iré colgando a capítulos.


PRÓLOGO
Los campos en mayo
Piensa.
Sumérgete en un día de mayo cualquiera. Mira más allá, y descubrirás que las rosas están rojizas; que los árboles susurran sus secretos más profundos, y que el agua galopa entra mil y un senderos pedregosos, hasta desembocar en el mar, que comienza a percibir el calor de la llegada del verano.
Aunque claro, todavía estamos en primavera.
¿Qué sientes cuando te sumerges en ese paisaje? ¿Paz y harmonía? Es lo que suele latir en los corazones de la gente que vive su magia. Y lo que, tal vez, sientas tú.
Y eso tiene una explicación.
He estado dándole vueltas, vueltas y más vueltas. Creo que sé por qué produce esa sensación de asfixiante melancolía. Si tienes unos minutos, te lo contaré:

Tal vez sepas cómo se llamaban las reuniones que el emperador Carlomagno realizaba todos los años. Si no lo sabías, te lo diré: se llamaban campos de mayo, y se llamaban así porque él se reunía todos los meses de mayo con obispos y mandados por todo su imperio para poner en orden los asuntos del gobierno. Pero… ¿Sabes por qué se reunían siempre en mayo?
Seguramente comenzarás a cavilar sobre las posibles hipótesis. Puede que a Carlomagno le gustase ese mes, o tal vez porque, más o menos, estaba a mitad de año.
Pues yo creo que era porque Carlomagno había sentido la magia de este mes. Sabía que era un buen momento para poner en orden su imperio, al igual que la naturaleza pone en orden a la vida.

Por eso el campo y los bosques están tan bellos en esa época del año. La vida vuelve a reunirse después de mucho tiempo, y retoma la continua monotonía. Los osos entran en contacto con la hierba. El agua chapotea, juguetona, entre las piedras de su cauce… Es magnífico sentir que todo vuelve a entrelazar nudos, al igual que es bonito volver a ver a unos amantes encontrarse tras tan larga espera.

Es bonito saber que alguien espera encontrarte en un mismo sitio cada año.
Es hermoso encontrase con él cuando sabes que te quiere.
Al menos, hasta que dura. Y llega un día en el que no vuelves a verlo, y te das cuenta de que todo era un cuento de hadas y de que, en realidad, tu Príncipe Azul no es más que un Don Nadie estúpido que te utiliza como un jueguecito absurdo.

Y entonces es cuando yo lloro.

Perdóname. Hablo y hablo como si supieras de qué lo hago. Ni siquiera me he parado a pensar que, tal vez, ni te interese lo que digo. Pero te interesará, ya lo verás.
Para empezar, te diré que me llamo Adriana. Ah, y vivo en el campo. Tal vez sea por eso por lo que me fascina tanto mayo. Puede que tú, si vives en la ciudad, no tengas ni idea de lo que hablo, en cambio, si eres como yo, seguro que te habrás dado cuenda de la fusión de vida que se da en esa época del año.

Pero todo esto no viene solo por eso. El caso es que estoy enfadada con alguien a quien consideraba muy especial, y he descubierto que yo no lo soy tanto para él.
Todo empezó cuando teníamos los dos ocho años. Él había venido a pasar el fin de semana a mi pequeño pueblo, alejado de la ciudad y del mundo urbano. Incluso yo, que ya lo tengo muy visto, pienso que es una villa encantadora. Todas las casas son de piedra gruesa y sin pulir. Para ir de un lugar a otro tienes que perderte entre sus pequeñas callejuelas, que bajan por la montaña hasta el claro de un riachuelo. Y lo más hermoso de todo, es que el pueblo, que rodea una pequeña montañita, está vallado por un anillo de espeso bosque, verde, vivo y fresco. Y a ese bosque lo delimita el riachuelo, y separa el pueblo y el bosque de un campo de hierba fresca, donde crecen tulipanes salvajes.

Yo solía bajar al campo de tulipanes para juguetear entre los pocos árboles que había; me subía por ellos y pretendía hacer de princesa en apuros, y que un Príncipe Azul imaginario me rescataba del malvado Don Rufián, que era un conde malísimo que me apresaba en lo alto de su torre.

Bueno… El caso es que Enrique bajó al campo de tulipanes un día de esos en que yo me encontraba encima de la copa de un árbol. Me preguntó si podía jugar conmigo, y yo le contesté que sí, pero que tenía que subir al árbol y bajarme en brazos, como lo hubiese hecho un verdadero príncipe.
¿Qué crees que pasó? Por supuesto, que nos caímos de la torre. Se ve que el príncipe heredero no tenía tanta fuerza, destreza y, sobre todo, edad, para rescatar a una doncella del castillo de un perverso conde, y luego cogerla en volandas para saltar con ella desde lo alto, y no hacerse ni un rasguño.
Cómo no, él cayó encima de mí y me aplastó el brazo. No magullamos las rodillas y las palmas de las manos, pero en vez de llorar, reímos. Fue una risa tan natural como la de unos niños que acaban de conocerse, pero parece que hayan vivido juntos toda una vida.
Poco a poco, empezamos a congeniar. Jugábamos y hablábamos hasta caer rendidos. Y, cuando él se marchó, nos prometimos que el primer día de mayo nos esperaríamos siempre en el mismo árbol.

Han pasado ocho años más, y hasta ahora siempre hemos cumplido nuestra promesa. Hasta ahora todo había ido bien, incluso me había hecho ilusiones... Pero, claro, siempre hay algo que se tuerce cuando menos te lo esperas.

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