Los íntimos amigos son como hermanos con padres distintos. A
diferencia de tus otros amigos, quienes, tal vez, puedan estar constantemente
estudiando la forma de cómo decirte que te quieren cada día más, el íntimo amigo
no lo necesita, porque sabe cómo hacértelo saber sin palabras; una mirada vasta
para decirlo.
Los íntimos amigos se necesitan porque, realmente, se
quieren. No es un amor de película, sino algo más arraigado en sus propios
corazones. Es el sentimiento de tener a alguien al lado, un hombro en el que
llorar, unas palabras de sosiego, o tal vez una mirada cómplice en un bosque de
grandes pinos intentando mirarlos por encima del hombro.
Los íntimos amigos, por tanto, se quieren y se respetan, y se
sienten tranquilos y aliviados al saber que su amistad es lo que es:
desinteresada, leal, amable y un poco burlona, como debe ser.
Así que recuerda que tu íntimo amigo te adora, aunque no sea de esa clase de gente que te lo
recuerda mañana, tarde y noche. A fin de cuentas, son solo palabras. Él estará
allí cuando lo necesites, y lo dejará todo por ti. Él te sonreirá cuando pases
malos momentos, y te ayudará a superarlos. Y todo esto con tacto, con
prudencia, y sin llamar la atención; será la mano que te ampare cuando creas
que todo está perdido; en silencio, en la sombra, cuidará de ti. Será él
también el que se ría contigo los buenos ratos, el que cotillee un poquito y el
que te hable con franqueza. El que te pida permiso cuando intente utilizarte
(que, por lo tanto, no se deberíamos hablar de utilización, sino de pedir un
favor), aun sabiendo que lo tiene de sobra. El que al darle la mano te pregunte
si de verdad se la merece, aunque sea consciente de que, si te lo pidiera, le
darías el brazo o incluso el propio corazón… y también es el que sabe cuándo y
cómo pedir ese tipo de favores. Y es también el que sabe cómo mantenerte al
lado a lo largo del tiempo. El que, aunque no conozca absolutamente todos tus
secretos vanos, conoce tu alma, y tu forma de ser. Por eso es el único que se
puede tomar la libertad de hablarte sin tapujos y darte consejo sin pedirlo, porque
es también el único que sabe cómo eres y qué quieres alcanzar. Y cuando vayas a
enfadarte con él, a pensar que quiere cambiarte, recuerda que quizá lo único
que quiera es que vuelvas al camino. O que cambies, sí, pero a mejor.
Los íntimos amigos tal vez tengan roces, tal vez se enfaden
por nimiedades. Pero se perdonan, y olvidan al momento. Y realmente, el que
perdona de esa forma, de verdad, es porque ama y quiere con toda su alma.
Así que, una amistad como esa, tan íntima y personal, merece
la pena cultivarla y cuidarla. Porque pocos podemos decir que tengamos, aunque
sea, un amigo así. Y yo me siento afortunada de tenerlo, realmente afortunada,
porque hay personas que tal vez nunca conozcan el significado de una verdadera
amistad, o que la tiren por la borda.
Hay personas que trastocan el significado, y creen que un
íntimo amigo debe estar a tu lado por obligación, por compromiso. Pero lo
cierto es que el íntimo amigo se queda por él mismo, porque no se siente
obligado y, precisamente por eso, desea quedarse.
El íntimo amigo, a su vez, te alienta a hacer las cosas bien.
Y te apoya a ti pase lo que pase, aunque luego, en privado, crea que no tienes
razón y te ayude a comprender la situación. Pero nunca te deja solo, nunca te
deja desarmado ni a la intemperie.
Es una relación un tanto difícil de definir, y poca gente da
con su verdadero significado. Así que ahora pido que no os dejéis engañar: la
amistad interesada realmente parece verdadera, pero no lo es. Cuando encontréis
a alguien con quien compartir este sentimiento, estas sensaciones, no tendréis
por qué actuar. Una amistad así empieza con un hola, pero no acaba porque paséis dos o tres días, o incluso un
mes, sin hablaros. Porque tal vez necesiten su espacio. La íntima amistad es
madura: ofrece respeto. Y aguanta sin queja las temporadas de exámenes, o peor
aún: cuando se está enamorado.
No te absorbe la vida,
al contrario: te ayuda a vivirla como mereces, y te anima a reírte, y a
solventar problemas y, en definitiva, a ser feliz.
Así que, hermano, gracias por todo lo anteriormente
mencionado. Gracias por ser testigo de mi vida y ser el muro en el que me
sostengo cuando creo que todo está perdido y no dejo de caer. Gracias por haber
nacido, por estar dentro de mi destino; por haber sabido soportarme y, lo más
grande de todo, por haber sabido cómo conocerme de verdad.
Enhorabuena a todos aquellos que tenéis un íntimo amigo, y mi
más sincera admiración a quienes tenéis dos o más, porque un amigo es un
tesoro, es un hermano… es lo más grande que el mundo nos puede ofrecer.
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