miércoles, 13 de octubre de 2010

Prólogo: La leyenda del barco Errante.

Os preguntaréis lo que es esto... Pues veréis, resulta que llevo escribiendo esta novelita desde los 9 años, y tenía ganas de poner algún fragmento de ella. Para empezar, subo el prólogo a ver qué os parece.

 PRÓLOGO
Las cosas no son lo que parecen, y lo digo sinceramente; no lo son. Hace mucho tiempo que ya no siento el Sol en mi piel; ya no percibo la luz del día en mis ojos; ni veo al Sol ponerse en el horizonte. Ya no es solo el mar el que se extiende hasta el infinito; es el tiempo. Y, me duele pensar que, por mucho que lo desee, nunca volveré a ver al ser amado, y nunca volveré a sentir su calor.
Hace mucho tiempo me llamé Víctor Grey. Ya no tengo nombre; no lo necesito. ¿Por qué? Porque no estoy vivo, pero tampoco muerto. Supongo que, para el mundo, mi vida se perdió para siempre en las frías aguas del Océano Atlántico; pero no. Ahora, estoy condenado. Condenado a vagar como un alma en pena por toda la eternidad. Condenado a estar vivo y muerto al mismo tiempo. Sin poder vivir; sin poder morir. Condenado a esperar un final, que… Que nunca llegará.
Dicen que la vida es un sueño; pero se equivocan. El sueño es la vida; y la vida lo es todo. Pero no quise admitirlo hasta que sucumbí. No comprendí lo que me ocurría, hasta que amaneció, y el Sol me dañó en mi blanca piel y mis ojos grises.
Pero, por si lo pensabas: no. No soy un vampiro.
Solo soy una triste alma que sueña con mirar de frente al mar, y sentir otra vez el Sol en la piel. Que surca los mares con su tripulación de condenados. El Errante es nuestro nuevo hogar; es nuestra nueva existencia. Y llevo ciento noventa años en este estado. Ciento noventa años en este navío de almas errantes.
Ciento noventa años surcando los mares.
Ciento noventa años sin ver la luz del Sol.
Ciento noventa años sin mi amada.
Ciento noventa años con el alma destrozada…
…Ciento noventa años sin saber por qué ocurrió.
Pero, sufro en silencio. En este barco. En este condenado navío del que no podré escapar...
Jamás.

¿Por qué retomar esta historia? Ya está olvidada… Tan marchita como yo. Nadie la comprendería; nadie sería capaz de sentir lo que yo siento cuando la rememoro. No soy tan bueno contando historias, sin embargo… Puedo intentarlo.
Tal vez no te interese; es más, pensarás que miento, y que este muchachito, sencillamente, lee demasiadas historias de aventuras.
En parte, tendrías razón. Aunque, por otra, estás completamente equivocado. ¿Por qué juzgas a alguien a quien conoces, a penas, dos minutos? Sé que este relato puede parecerte extraño; asombroso y cruel. Trágico y confuso.
Pero, para algo estoy aquí sentado, escribiendo en tinta negra las crueles palabras de mis memorias. Contemplando la luz de la luna filtrarse por el ojo de buey de mi camarote de alférez.

Deseo cambiar las cosas; que sea el sol el que desliza sus rayos por mi escritorio. Que las estrellas duerman mientras yo camino, y no al revés. Fervorosamente, espero y desespero volver a acariciar la arena ardiente. Volver a sentir el corazón palpitante, y mi sangre por las venas.

¿Crees que no recuerdo cómo es estar vivo? Lo añoro desde que me di cuenta de que aquel maldito juramento no me llevaría a la tumba, sino a un lugar peor: el limbo.
Un limbo donde la noche es eterna, y el tiempo pasa para todos, excepto para mí.

Escribo y escribo mientras contemplo el horizonte. Solo se ve un fino hilo de luz blanquecina: el de la dama de plata, que se yergue suntuosa en lo alto del cielo negruzco.

A estas alturas, te preguntarás de qué estoy hablando. Tal vez te lo cuente… Aunque eso conlleve ciertas responsabilidades. No debes decírselo a nadie, bajo ninguna circunstancia. Es un secreto que lleva entre mi especie desde su inicio.
¿Estás intrigado?
Pues mantente atento al relato de este joven fantasma sanguinario.


Viajamos por las profundidades del océano, en barcos que parecen destrozados, y en verdad, nadie ha logrado nunca desentrañar el enigma de por qué son capaces de moverse. Por esa razón nos llaman: los errantes.
Lo único que sabemos es que, más allá de todo cuanto conocemos, más allá de los siete mares, de las altas montañas de hielo, y los imponentes glaciares, hay una isla eterna, donde el tiempo no pasa para ninguno de nosotros. Donde no hay vida; tampoco muerte.
Los barcos naufragados son arrastrados a sus costas por las corrientes, donde, no se sabe cómo, adquieren vida propia.
Una especie de… Voluntad. Algo que les hace salir a navegar por los tristes y desolados suelos de los azules mares, y después les lleva a retomar su camino, de vuelta a la Isla Etehrnita.

Tal vez me haya apresurado un poco en relatar acontecimientos, sin embargo, algo me dice que tiene que ser así.
Debes conocer el terreno antes de adentrarte en él. Por el momento, has de saber lo que te acabo de contar: que no somos vampiros, que  viajamos con nuestros barcos naufragados por las profundidades, y que nuestro puerto franco es una extraña isla eterna, alejada de todo cuanto conoces.

Y ahora, si me disculpas, sí que empezaré la historia por el principio.
Como debe ser.