A veces miro hacia el pasado con nostalgia. En mis recuerdos, todavía sigo siendo la misma niña de trenzas castañas que corría por aquel bosque bajo el sol de las tardes de verano. Pero, en cuanto me descubro a punto de traspasar la línea que separa la nostalgia de la tristeza, inmediatamente dejo de soñar despierta.
Y vuelvo a la realidad.
Ya no hay bosques bajo los cálidos atardeceres, y mis trenzas castañas van camino de desteñirse.
Sólo queda en mí el eco de lo que un día fue. Un eco ya apagado, silencioso y constante. El eco de las risas de mi amigo bajo la sombra de los pinos, del taconeo de mi hermana al desmontar de la bicicleta.
Todo es tan distinto ahora, aunque resulta tan extrañamente cercano... Esos momentos son los primeros y lentos acordes de una canción sin finalizar: te conmueven, te abren la puerta hacia lo que aguarda, y siempre los consideras los más hermosos.
Al hacerte mayor cambia el mundo, y con él, cambias tú. Dejas atrás los vaqueros holgados, y las mejillas sonrosadas de la infancia dan lugar a pómulos angulosos y empolvados. También dejas atrás las muñecas y las tiaras de plástico, incluso a amigos y lugares de juego.
Cambias tú y, contigo, cambia el mundo. Y un día te das cuenta de que ya no eres tan niña, de que comienzas a hacerte mujer; de que hay personas que quieres y sabes que no volverás a ver, y lugares que frecuentabas y por los que no te dejarás caer.
Te sientes triste porque crees entender el futuro, y en él no hay cabida para la felicidad presente. Porque tus amigas se separan, ya no están contigo siempre. Porque tu amigo del alma y tú, de pronto, comenzáis a ser diferentes. Y te sientes sola, y con miedo a lo que se avecina. No concibes un futuro mejor que tu pasado.
Pero sí que lo hay. Habrá miles de historias que contar a tus nietos. Recordarás más allá de aquellas trenzas con lazos de color. Habrá gente que llegue, y sí, también echarás de menos a la gente que se fue. Pero no, no llores por ello, no llores porque el mañana será diferente a ese silencioso eco que escuchas en tu mente, fruto de los recuerdos que gritan y chillan en el vacío que han dejado. Sonríe, porque la vida te ha regalado momentos. Momentos tristes, momentos alegres... Momentos con los que estremecerse al hablar de ellos.
El mundo no acaba, sólo cambia y continúa su camino. Y por consiguiente, también cambias tú. Y ese mundo no tiene por qué ser malo, sólo distinto. Tal vez llegue a ser mejor de lo que imaginas.
Aplasta el miedo a lo desconocido. Vive, ama, siente, ríe... Hoy o mañana, o incluso ambos. Escucha rock a todo volumen o escribe un poema entre lágrimas. Porque tú eres tú, y aunque cambies en lo externo, será la misma sonrisa la que se dibuje en tu rostro cada mañana, será la misma mirada la que observe su entorno, tal vez más curtida, más madura.
El eco se sieve del silencio para poder sonar. Pronto llenarás ese vacío que piensas que tienes. Rebosará de nuevas vivencias, de nuevas historias, de nuevas ilusiones con las que soñar. Tienes toda la vida por delante, y personas a las que conocerás, y momentos que recordar.
Pero, sobre todo, recuerda que aunque cambies, aunque el mundo parezca cambiar, tu canción seguirá sonando, ahí dentro, y latirá cada vez más fuerte en ese corazón que, pase lo que pase, siempre será tuyo... El mismo de aquella niña que corría bajo el sol aquellas tardes de verano, y la que un día decidió mirar hacia el cielo y se le ocurrió crecer.